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Columna
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La paradoja de Teseo

El desprecio entre científicos y filósofos es dañino para el intelecto de ambos

Javier Sampedro
Neuronas en cultivo.
Neuronas en cultivo.CSIC

Empecemos por la paradoja de Teseo, un experimento mental que ya desconcertó a Heráclito, Platón, Plutarco y Hobbes. Según la leyenda griega, Teseo volvió de Creta con los jóvenes atenienses en un barco de 30 remos, y aquella nave permaneció en uso mucho tiempo, o “hasta la época de Demetrio de Falero”, como escribió un hiperbólico Plutarco. Calcular cuánto tiempo duró el barco resulta dificultoso, toda vez que Demetrio fue un personaje real que vivió el fin de siècle del IV al III antes de Cristo, mientras que Teseo no es más que el fundador mítico de Atenas y por tanto no existió en ningún momento. Pero el asombro de Plutarco nos vale en este caso, puesto que estamos haciendo un experimento mental. No olviden eso.

El tema es que los jóvenes atenienses tenían un servicio de posventa envidiable, que quitaba cualquier tabla del barco cada vez que se agusanaba y la sustituía por una nueva. La historieta, fuera real o no, hizo entrar en combustión a los filósofos de la antigüedad. Pasado un tiempo, del barco original no quedaría una sola tabla, todas habrán sido reemplazadas por maderas nuevas, y entonces ¿en qué sentido era eso el mismo barco con el que viajó Teseo? Si adoptas un materialismo estricto, allí no hay nada de la embarcación original. Pero si abres la mente verás que sí lo hay, y que eso que permanece es lo más fundamental de todo: su estructura. Su diseño. Su forma.

Hoy sabemos que todos somos el barco de Teseo. Nuestro cuerpo está hecho ahora de unos átomos y mañana de otros. Nuestra identidad biológica no se debe a que nuestros materiales de construcción sean los mismos durante la vida. No lo son en absoluto. ¿Somos entonces el mismo barco después de haber cambiado todas las tablas? Sí lo somos, porque hemos conservado lo fundamental, que es la estructura. Todos los átomos de nuestros genes han sido sustituidos, pero la información (gatacca…) sigue siendo la misma, y por tanto nuestro diseño sigue siendo el de una persona en vez de ser el de un mono o un pájaro. No son los materiales los que nos identifican. Es la forma.

La paradoja tiene relevancia en la neurociencia. Lo que pensamos y recordamos, lo que experimentamos y sentimos, nuestras percepciones y deseos consisten en redes de neuronas asociadas, que han establecido esos contactos durante una vida de interacciones con el mundo. Algunas zonas esenciales del cerebro, como el hipocampo, generan de continuo nuevas neuronas que se van incorporando a los viejos circuitos, como las tablas del barco de Teseo. El hipocampo es una estructura cerebral fundamental en la formación de nuevas memorias y en la recuperación de las antiguas. El mecanismo por el que las neuronas jóvenes se integran en los viejos circuitos debe ser ciertamente sutil, y la investigación es activa para aclarar cómo el hipocampo conserva la forma pese a los cambios.

La guerra tradicional entre científicos y filósofos es dañina para el intelecto de ambos. La genetista y científica de datos Rasha Shraim ofrece en Nature una buena selección de fuentes filosóficas para científicos. Ya que somos materia evanescente, guardemos la forma.

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