Bosé abusó
Sus glorias, sus miserias o sus opiniones deberían importar lo justo


Pasé unas horas con Miguel Bosé hace unos años para una entrevista. Presentaba Papitwo, un disco de duetos, la vieja fórmula de las vacas sagradas de seguir ordeñando la ubre cuando no generan leche fresca. No estaba en su mejor momento. Ni de forma ni de fondo. Miguel, el hombre, digo, porque la vaca, digo el divo, al que él mismo llamaba ”Bosé”, así, en tercera persona, estaba crecidísimo. Hacía poco que había anunciado su paternidad por vientre de alquiler y su habitual blindaje para tratar asuntos personales había mutado en coraza de espinas que clavaba a muerte a quien osaba traspasarla. Antes, helaba el oxígeno con la altivez del dios acostumbrado a ser adorado por la peana por un séquito de esbirros que le decían que sí a todo mientras, en los apartes, te miraban elevando los ojos al cielo como diciéndote: perdónalo, señora, no la toques más, que así es la rosa. Salí entre cabreada y conmovida. Desde entonces he seguido sus tumbos por platós y juzgados con una mezcla de apuro y de yo ya lo dije. No olvidaba el helor ni las navajas. Tampoco la ternura detrás de la fiereza por defender su castillo. Hasta que vi su entrevista con Jordi Évole. Y lo que vi fue un hombre devorado por su propia llama.
Que Bosé abusó: de las drogas, de su ego, de sí mismo, solo sorprende a sus meapilas. No deja de ser poético que, según dijo, sus propias defensas hayan reaccionado a sus íntimas debacles atacándole la voz, su tesoro, como si a Sansón su propia ira le hubiera dejado calvo. En realidad, fue él quien dio los titulares más explícitos de la noche, y no son que tuviera sexo salvaje, ni que se metiera dos gramos de coca diarios durante años. “Es mejor ser mi perro que mi novio”y “mi carrera ya está hecha”, dijo, como si nada, y ahí está todo dicho. Bosé, el divo, es historia. Su música seguirá emocionando a quienes emocionaba, que no es poco ni son pocos. Miguel, el hombre: sus glorias, sus miserias, sus opiniones de mierda sobre el virus o la maldición que dice que condena a las mujeres de su familia a perder un hijo en vida —soy yo su hermana y lo mato—, deberían importarnos lo justo.
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