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Columna
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Tratar con dictadores

Aunque sea un desliz, Draghi ha dado en el blanco. ¿Cómo encontrar el equilibrio entre principios e intereses en el trato con los tiranos?

Lluís Bassets
Ursula von der Leyen, Charles Michel y Recep Tayyib Erdogan, en la reunión mantenida el pasado 6 de abril en Ankara (Turquía).
Ursula von der Leyen, Charles Michel y Recep Tayyib Erdogan, en la reunión mantenida el pasado 6 de abril en Ankara (Turquía).EUROPEAN UNION (Reuters)

Mario Draghi ha demostrado, una vez más, que es un maestro de la palabra. Con una frase y dos ideas, el primer ministro italiano ha formulado la dificultad política más seria con la que se enfrentan las democracias en una globalidad cuarteada y multipolar en la que avanza el autoritarismo y retrocede la democracia: “Con los dictadores, llamémosles por lo que son, con los que uno necesita colaborar, hay que ser franco al expresarles la diferencia de visión y estar preparados a cooperar a la hora de asegurar los intereses del propio país”.

A los dictadores no les gusta que les llamen dictadores. Todavía menos cuando se sienten legitimados por las urnas. No debe extrañar su reacción intemperante. Si a los dictadores (como Erdogan) no se les llama dictadores, a los genocidios no se les llama genocidios (como el que están sufriendo los uigures) y a los intentos de asesinato no se les llama intentos de asesinato (como el que Navalni sufrió y sigue sufriendo con las condiciones carcelarias a que ha sido sometido), todo quedará igualado, dictaduras y democracias, negocio redondo para los dictadores, avalados por las realidades alternativas.

Erdogan fue elegido en las urnas, pero su principal adversario, Selahattin Demirtas, está en la cárcel. Es una cruel caricatura esa democracia musulmana que decía seguir la senda de la democracia cristiana. Mario Draghi no ha sido elegido por los ciudadanos, pero fue investido por los diputados y senadores, representantes de la soberanía popular. Legítimo, democrático e incluso popular y, gracias al Estado de derecho, la independencia de la justicia, la legalidad internacional y el compromiso europeo con los derechos humanos, todo lo que le falta a Erdogan, cuenta con toda la autoridad para cantar las cuarenta a los dictadores, como hizo también Biden con Putin.

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Trump solo llamaba dictadores a los dictadores cuando le interesaba para sus tratos comerciales. En caso contrario, les daba la razón: concedió ante Putin que también los gobernantes estadounidenses mataban, asintió ante la anexión de Crimea y la liquidación de las libertades de Hong Kong, y solo evocó el genocidio contra los uigures cuando quiso convertir a China, su adversario favorito, en culpable de la pandemia.

Puede que sea un desliz, pero Draghi ha dado en el blanco. Sus palabras contienen la pregunta que va a definir nuestra época: ¿cómo encontraremos el equilibrio entre los principios y los intereses en el trato con los tiranos?

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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