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Columna
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Erdogan devuelve la moneda

Europa está falta de visión a largo plazo para el Mediterráneo

Sami Naïr
Recep Tayyip Erdogan el pasado viernes en Estambul.
Recep Tayyip Erdogan el pasado viernes en Estambul.AP

La debilidad estratégica del flanco sur de la Unión Europea, puesta en evidencia abiertamente por Turquía en el Mediterráneo, no es una sorpresa. Hablamos de una Europa que ha ido paulatinamente ampliándose, que ha acogido en su seno a buena parte de los países del este y que está apostando por integrar a otros cinco países balcánicos. Sin embargo, desde 1963, Turquía no había abandonado su estatus de país asociado al proceso de construcción europea, a pesar de haber depositado oficialmente su candidatura, desde 1987, y sin haber dejado de llamar a la puerta de la integración hasta la llegada al poder, en 2003, del Partido de la Justicia y el Desarrollo de Recep Tayyip Erdogan.

Las negociaciones sobre las condiciones de adhesión a la Unión Europea fueron ralentizadas tras la victoria del partido islamista y finalmente congeladas, a petición del Parlamento Europeo, con motivo de la crisis migratoria y la represión masiva desatada por Erdogan después del intento de golpe de Estado en 2016. Sin embargo, no son las causas reales de la paralización de la entrada de Turquía en la UE, sobre todo cuando se admite la actitud de los países del Este de Europa sobre la inmigración y los derechos humanos (Polonia, Hungría, etcétera)

Seguramente, junto a las razones que se centran en ser una nación de confesión musulmana, determinadas por la reelección del mandatario turco, así como su deriva autoritaria innegable, se han barajado otras no abiertamente declaradas: las consecuencias que puede tener el peso demográfico de Turquía sobre el equilibrio entre los grandes países de la Unión Europea (punto de vista de Francia y Alemania nunca compartido por el Reino Unido).

Frente a la denegación reiterada de las expectativas turcas por parte de la UE, el presidente Erdogan ha sacado sus conclusiones. Sin renunciar formalmente a la candidatura de Turquía a la Unión, reorienta totalmente su estrategia, diseñando a su país un destino fundamentalmente mediterráneo y asiático, apostando también por Rusia e Irán. Y ha estrenado, tanto respecto a Europa como a su aliado norteamericano dentro de la OTAN, una autonomía de movimientos en su entorno medioriental y en África del norte y subsahariana.

Turquía se ha convertido, en unos 15 años, en potencia económica, comercial y militar, capaz de competir con la Unión Europea. Está presente en conflictos abiertos en zonas estratégicas (Libia, Siria, norte de Irak), controla la ruta migratoria del Este y de Oriente Próximo, y ahora proclama su derecho a la explotación de fuentes energéticas (gas) en el mar Egeo, provocando la reacción de Grecia.

Las maniobras militares emprendidas por Grecia, Chipre, Francia e Italia, no servirán para disuadir a Turquía, porque se sabe —Alemania lo subrayó— que la solución será política. Es la verdadera paradoja de la Unión Europea: la puerta cerrada pertinazmente a los turcos se cierra, a su vez, a los intereses europeos. Y genera una situación peligrosamente conflictiva. Europa está falta de visión a largo plazo para el Mediterráneo. De momento, Erdogan está devolviendo la moneda. Tampoco es una respuesta muy esperanzadora.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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