Salvar el pacto de la UE con Mercosur
La inquietud medioambiental está justificada, pero debe evitarse una ruptura
La UE cerró en 2019 con Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) el mayor acuerdo comercial en la historia del bloque comunitario. El pacto llamado a liberalizar el comercio entre dos bloques que suman 710 millones de habitantes se negoció contra viento y marea durante 20 años y se firmó en medio de una corriente de proteccionismo alentada por Donald Trump. Lamentablemente, varios países europeos, con Francia y Austria al frente, han renegado de sus compromisos y amenazan con bloquear su ratificación. El gobierno liberal de Emmanuel Macron en París y el de Sebastian Kurz (una coalición de conservadores y verdes) en Viena aducen que el pacto no incluye suficientes garantías sobre la lucha contra el cambio climático y que, entre otros aspectos inquietantes, podría incentivar al Brasil de Bolsonaro a proseguir con la deforestación de Amazonia al favorecer exportaciones agrícolas.
La inquietud medioambiental es legítima. Es correcto entender que la UE debe promover la lucha global contra el cambio climático y que la política comercial es un instrumento para ello. La Comisión Europea ha ofrecido la posibilidad de reforzar el vínculo entre el acuerdo y los objetivos globales para combatir el calentamiento del planeta. Pero la resistencia de Francia, Austria y sus aliados (como Bélgica, Irlanda o Países Bajos) a facilitar una salida negociada evidencia que, en algunos casos, la preocupación por el clima oculta impulsos proteccionistas o intereses electoralistas. Un descarrilamiento sería un grave error económico y político, y podría además arrojar al bloque latinoamericano en brazos de relaciones mucho más laxas en el plano medioambiental.
En términos económicos, la UE disfruta desde 2012 un superávit comercial ininterrumpido con Mercosur. El acuerdo permitirá intensificar la relación con la eliminación del 90% de los aranceles que ahora soportan los bienes europeos que llegan a los cuatro países de la organización. A cambio, la UE ofrece facilidades para las exportaciones agrícolas y ganaderas en un gesto de reciprocidad. La apertura asusta al sector agrícola francés y al ganadero de Irlanda. Pero debe recordarse que la entrada de carne de vacuno sin aranceles es limitada.
En términos políticos, el estrechamiento de lazos con ese grupo regional envía una señal hacia toda la comunidad latinoamericana, cuya importancia geoestratégica es a menudo minusvalorada por la UE. Esto no está solo en el obvio interés de España y Portugal. Bruselas no puede permitirse perder un potencial aliado de esa importancia en un tablero mundial crecientemente complejo. Pero, además, debe considerarse el daño reputacional global que la UE sufriría al enterrar un pacto firmado por sus representantes, y que, si la UE cede terreno en Mercosur y en el resto del continente, potencias como China ocuparán el hueco. Queda claro que, en ese caso, el compromiso con el medio ambiente no sería ninguna prioridad.
El FMI ya ha advertido que la pandemia amenaza con otra década perdida para la economía latinoamericana, lo que llevará a los países de la zona a buscar socios económicos estables. El pacto con Mercosur es una respuesta adecuada a esa demanda. Conviene salvarlo.
EDITORIAL | Nefasto inicio catalán
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