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Columna
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Maldición afgana

Solo quedan 40 días para el fin de una situación que se remonta al llamado Gran Juego, cuando en el siglo XIX británicos y rusos competían por un territorio jamás sometido al control de potencias extranjeras

Lluís Bassets
Delegados talibanes se dan la mano durante las conversaciones entre el Gobierno afgano y los insurgentes talibanes en Doha (Qatar) el 12 de septiembre de 2020.
Delegados talibanes se dan la mano durante las conversaciones entre el Gobierno afgano y los insurgentes talibanes en Doha (Qatar) el 12 de septiembre de 2020.IBRAHEEM AL OMARI / Reuters

La rutina de dolor y de muerte ha relegado a Afganistán a los segundos platos de las preocupaciones de los gobiernos y medios de comunicación. Una guerra que dura ya 20 años, la de la coalición de la OTAN contra los talibanes, en un país que lleva 42 años en guerra, desde la invasión soviética de 1979, tiene no pocas dificultades para mantener la atención internacional.

Se acerca el 1 de mayo, día en que vence el plazo para la retirada definitiva de las tropas de Estados Unidos acordada por la Administración de Trump con los talibanes y la incertidumbre es máxima. Desde que se firmaron los acuerdos de Doha hace un año entre la guerrilla islámica y Washington, han cesado los ataques directos a las tropas y a las instalaciones del ejército estadounidense, pero se ha incrementado, en cambio, la violencia contra civiles y los ataques al ejército afgano.

Si se van los 2.500 soldados estadounidenses que quedan actualmente, tal como acordó Trump unilateralmente, también deberá replegarse la misión de la OTAN, unos 10.000 soldados, y a continuación se darán las condiciones para que se encienda la guerra abierta entre el Gobierno de Kabul y los talibanes. Los talibanes se sienten ya vencedores de esta guerra, especialmente tras el acuerdo de retirada, con el que han obtenido la liberación de 5.000 de sus guerrilleros encarcelados, sin ofrecer garantía alguna a Washington de que su territorio no volverá a ser un vivero de terroristas con capacidad de atacar a Estados Unidos, como sucedió en 2001.

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La guerra contra los talibanes ha sido la primera y única ocasión en que la Alianza ha activado su artículo cinco, de compromiso de mutua defensa ante una agresión exterior, con motivo del ataque de Al Qaeda a Washington y Nueva York el 11-S. Históricamente ha sido su mayor y más costosa misión. Primero mandó una fuerza internacional de asistencia que llegó a alcanzar los 130.000 soldados y desde 2014 una misión de entrenamiento y asesoramiento al ejército afgano. En el balance trágico de la presencia militar atlántica se cuentan las 102 bajas españolas, resultado de accidentes y atentados.

Si la nueva Administración demócrata retrasa la retirada, se arriesga a convertir de nuevo a las tropas extranjeras en objetivo de los talibanes y a seguir indefinidamente la guerra de 20 años. Como tampoco puede irse y lavarse las manos, Biden acaba de lanzar un nuevo plan de paz, con un alto el fuego, el establecimiento de un proceso constituyente que incluya a los talibanes y la implicación por primera vez de las grandes potencias regionales (Turquía, Rusia, China, India y Pakistán) en la negociación de la salida. Solo quedan 40 días para el fin más que improbable de una maldición que se remonta al llamado Gran Juego, cuando en el siglo XIX británicos y rusos competían por un territorio jamás sometido al control de potencias extranjeras.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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