Ambicionar el poder
La desigualdad entre hombres y mujeres hace imposible la convivencia armónica en nuestra sociedad, a la par que erosiona la sostenibilidad de la democracia
Las medidas restrictivas contra la pandemia condicionan la manera de reivindicar la lucha por la igualdad este 8 de marzo. La imposibilidad de celebrar manifestaciones multitudinarias no debería, sin embargo, restar fuerza a un movimiento feminista cada vez más transversal. Todos deberíamos encontrar hoy la manera de confirmar nuestro compromiso con la necesidad de acelerar la consecución de la igualdad real entre hombres y mujeres. No puede ser de otra manera si aceptamos que la desigualdad hace imposible la convivencia armónica en nuestra sociedad, a la par que erosiona la sostenibilidad de la democracia.
De hecho, no podemos resignarnos con naturalidad a que la igualdad se perpetúe en términos de mera aspiración o deseo para el futuro. Tampoco deberíamos asumir que su consecución material se ralentice hasta el punto de comprometer las expectativas de generaciones enteras. Todos estos riesgos ciertos, unidos al de un retroceso de lo logrado hasta el momento, resultan una hipótesis realista que no se puede ignorar. Téngase en cuenta que la tercera fuerza parlamentaria de este país mantiene una agenda provocadoramente regresiva en temas de igualdad de género, como evidencia sin complejo cada vez que tiene oportunidad.
Por todo ello, vale la pena recordar que promover la igualdad conecta directamente con la idea de justicia, aunque no sólo. También es una cuestión de inteligencia colectiva. Así, lo afirma la Organización Mundial del Trabajo cuando analiza el impacto negativo que arroja la desigualdad de género en el ámbito laboral, acrecentado ahora por los efectos de la pandemia. Dando por buena esta aproximación, no debería resultar tan difícil que las organizaciones públicas, pero particularmente también las privadas, se comprometieran más enérgicamente con aquellas medidas encaminadas a remover la pluralidad de obstáculos que dificultan la selección, retención y promoción de talento femenino en las empresas. En este sentido, también las mujeres deben adoptar un liderazgo individual y colectivo más activo. Hacerlo resultará más fácil si se cuenta con referentes que previamente debemos identificar, reconocer y visibilizar. No puede despreciarse tampoco la importancia que las mujeres deben dar a la tarea de cultivar una buena red de sonoridad en la que apoyarse.
Dado que la lucha por los derechos no es una concesión graciosa, sino más bien la expresión de una conquista, resulta ingenuo pensar que la igualdad entre hombres y mujeres se logrará prescindiendo del poder o confiando exclusivamente en el poder de los otros. Las mujeres deben aprender a ambicionarlo con la misma naturalidad con la que lo hacen los hombres y perseguirlo con la vocación de utilizarlo en, al menos, un doble propósito: de una parte, modificar aquellas formas de hacer tan genuinamente masculinas que ignoran la mitad del talento; y de otra, ampliar su narrativa hasta enfatizar la idea de poder como forma de hacer. En definitiva, el poder para decidir, para influir y para transformar las estructuras de la sociedad desde planteamientos más cohesionados, más justos y, por ello, más sólidos.
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