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COLUMNA
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Donald y la danza del sable

Con Biden en la Casa Blanca, ahora pintan bastos para Bin Salmán

Lluís Bassets
Donald Trump, junto al rey Salmán y el presidente egipcio, A Sisi. SAUDI PRESS AGENCY HANDOUT (EFE).
Donald Trump, junto al rey Salmán y el presidente egipcio, A Sisi. SAUDI PRESS AGENCY HANDOUT (EFE).

Dos potentes imágenes han quedado para la historia. En la primera, festiva, incluso cómica, el presidente sigue los movimientos de una danza guerrera, sable en mano, acompañado del anciano rey Salmán. En la segunda, grave e incluso enigmática, de nuevo juntos el rey saudí y el presidente de Estados Unidos, al que se ha sumado su dictador preferido, el egipcio Abdel Fatah Al Sisi, imponen sus manos sobre una esfera terrestre iluminada, como si fuera un conjuro, en el acto de inauguración de un pomposo Centro Global de irónico título, a la vista de quienes son sus fundadores, puesto que su objetivo es nada menos que combatir las ideas extremistas.

Arabia Saudí fue, en 2017, la primera escala del presidente en su primera gira exterior. Muchos regímenes autoritarios han sacado provecho de la presidencia de Trump, pero nadie como el joven príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, convencido de que se hallaba ante la oportunidad para asentarse definitivamente en el poder, por encima de los clanes rivales que compiten dentro de la extensa familia real. La alianza entre Washington y Riad, dirigida por Jared Kushner, el yernísimo trumpista, y Bin Salmán, el brutal heredero saudí, se ha convertido durante estos cuatro años en un asunto de dos familias.

El balance político es aterrador. Gracias a este pacto entre clanes familiares, Estados Unidos rompió el acuerdo nuclear con Irán, se incrementaron los bombardeos saudíes sobre Yemen, Qatar fue sometido a bloqueo por su ambigüedad en la guerra fría con Irán, Bin Salmán sustituyó como príncipe heredero a su primo hermano Mohamed bin Nayef —ahora arrestado y en desgracia— y la familia real fue sometida a una purga que se extendió a toda la elite dirigente. La culminación llegó con la desaparición y el asesinato por orden de Bin Salmán del periodista Jamal Khashoggi, ante el silencio cómplice de Trump.

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Luego, el balance de los negocios. Trump no da puntada sin cheque. Destaca la venta de armas, no tan solo a los saudíes, sino también a sus amigos emiratíes, ahora suspendidas gracias al relevo presidencial. Y los proyectos inmobiliarios, en los que la familia Trump-Kushner cuenta con su larga experiencia en la ciudad que constituye el mayor mercado urbano del mundo. La última jugada, en la que Arabia Saudí ha permanecido agazapada, ha sido el Plan de Paz para Palestina, coronado con los Acuerdos Abraham, que pretendía sellar la alianza entre Israel y los árabes del Golfo frente a Irán con el cemento de las inversiones.

Con Biden en la Casa Blanca, ahora pintan bastos para Bin Salmán. Se acabó la guerra de Yemen. Se ha levantado el bloqueo con Qatar. Las puertas de las cárceles se han abierto para algunos disidentes. Va a resucitar el acuerdo nuclear con Irán. La Casa Blanca contará con la información reservada sobre el asesinato de Khashoggi como arma persuasiva para el caso de que la monarquía saudí no se acomode a la nueva presidencia. En los hechos, los saudíes han empezado ya la danza de la rectificación.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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