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TRIBUNA
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Cataluña: una política extenuante

La respuesta inteligente tras las elecciones sería tomar nota y pensar en los problemas reales

José Antonio Gómez Yañez
Aspecto del hemiciclo del Parlament de Cataluña.
Aspecto del hemiciclo del Parlament de Cataluña.Massimiliano minocri

Es emocionante analizar unas elecciones en clave de quién gana o pierde y el reparto de escaños que da lugar a sofisticadas hipótesis sobre quién gobernará y con qué aliados. Las elecciones catalanas, con su variopinta oferta de ocho partidos parlamentarios, vetos cruzados y enemistades cartaginesas, hacen las delicias de los aficionados a estas “ciencias” o “mancias”. Todas las variantes sobre estos temas ya están dichas.

Pero hay una que seguramente es la dominante, aunque pasa inadvertida: la extenuación que la política catalana causa a sus ciudadanos. Naturalmente, se echará la culpa a la covid. Pero que entre 2017 y 2021 el número de votantes de los nueve partidos relevantes haya pasado de 4,31 a 2,77 millones, un 35,2% menos, es demasiado grande para dejarlo pasar como si no tuviera importancia. La covid no puede haber producido tal retroceso en el número de votantes. Es un indicador del hartazgo que la política catalana inspira a buena parte de sus ciudadanos, de uno y otro lado de las trincheras que se han trazado en estos (lamentables) años.

Desde hace tiempo, la política española es incapaz de resolver los problemas que ella misma crea. En Cataluña ha provocado una ruptura social, un choque con el resto de España y un declive económico. La covid ha sido el pretexto que han cogido 1,6 millones de ciudadanos para dejar de lado el penoso deber de votar en estas elecciones. Era una buena excusa para escapar de la presión de los activistas.

Es verdad que los hooligans y los ciudadanos comprometidos han votado, y que el sistema electoral asigna escaños y permite a varios partidos tapar que han perdido el 35% o más de sus votos. ERC y Junts, que parecen pensar que los resultados legitiman subir su apuesta, perdieron el 35,6% y el 32,0% (sumando al PDeCAT), respectivamente. Dejarse un tercio de los votos debería hacer recapacitar. Podemos ha salido con iguales daños.

El hartazgo alcanza al centro derecha. Hace cuatro años, Ciudadanos barrió en este espacio, dejando al PP en las raspas y el PSOE con el peor resultado de su historia en Cataluña. Fue incapaz de capitalizar ese resultado. En el fondo sucede que Ciudadanos no es un partido, es una reunión de amigos y conocidos de Rivera, encontrados aquí y allá, gente con juicios valiosos, a veces, pero dispersos; más interesados en su lucimiento que en la política eficaz. Carece de la organización, cohesión y elaboración de un discurso propios de un partido.

La frustración del centro derecha se canaliza ahora hacia Vox. Sus votantes no son fascistas —antes votaron a Ciudadanos en su mayoría—, ni siquiera reaccionarios, sólo son conservadores identificados con España descontentos (¿asustados?) ante el rumbo que llevan las cosas, especialmente en Cataluña. El gran riesgo es que a sus dirigentes se les suelen ir los decibelios en su discurso. Esto será un problema, porque si algo no necesita la política catalana es más tensión y el centro derecha identificado con España debe contribuir a dar una salida.

Si los políticos, en sentido amplio, periodistas, analistas, etcétera, reflexionasen sinceramente sobre este resultado, llegarían a la conclusión de que los ciudadanos (al menos, 1,6 millones, de ellos 0,6 de ERC y Junts) han enviado un mensaje claro, dedíquense a resolver los problemas reales: una epidemia, el decaimiento económico de Cataluña, cómo sacar partido de la ingente inversión que la UE va a derramar sobre España y Cataluña para modernizar sus empresas y cualificar a sus ciudadanos (esencial), cómo recuperar a España y Cataluña como una potencia turística, cómo paliar el destrozo que las restricciones están provocando en la hostelería y el ocio, etcétera. Aparten el procés, relajen sus huestes. Los primeros síntomas son alarmantes, quienes tienen posibilidades de formar Gobierno buscan la forma de mantener la tensión. Acabará mal, ya lo sabemos. Lo más prudente, con este resultado, sería aparcar los temas que dividen, recoger los platos rotos estos años, como buena parte de los ciudadanos ha señalado con su abstención. El problema es que gran parte de la clase política catalana, la que ha sobrevivido a este abandono de casi el 40% de sus votantes, vive de ese choque cotidiano. No se ha sentido aludida por el descenso de votos a sus partidos. Pero ha sido aludida, la respuesta inteligente sería tomar nota, pensar en los problemas reales, buscarles soluciones y orillar las quimeras y las broncas. Quizá pasar a la reserva a las personas más comprometidas, eso facilitará las cosas. Lo que hoy emiten ERC y Junts es que quieren una negociación fundamentalista sobre un referéndum para romper el país o competencias que arrinconen a España simbólicamente, así se ve desde el resto del país. Estas elecciones ya muestran que por ese camino perderán apoyos y levantarán pasiones incontrolables. Lo prudente es tomar estos resultados como un aviso.

Al margen. Habría que buscar la manera de que los partidos paguen con escaños la abstención de los ciudadanos. Por ejemplo, 4,3 millones de votos de 2017 valieron para cubrir 135 escaños, 2,8 millones en 2021 deberían servir para ocupar 88. Es posible que esa sea una forma de que la política española vuelva al carril de resolver problemas y no inventarlos, ver que amigos y conocidos no entran en los Parlamentos.

José Antonio Gómez Yáñez es sociólogo.

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