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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Italia necesita estabilidad

La solución Draghi es la mejor posible en las actuales circunstancias políticas

El exdirector del BCE, Mario Draghi, tras su reunión en Roma con el presidente italiano, Sergio Mattarella.
El exdirector del BCE, Mario Draghi, tras su reunión en Roma con el presidente italiano, Sergio Mattarella.ALESSANDRA TARANTINO (AFP)

Mario Draghi aceptó este miércoles el encargo que le encomendó el presidente de Italia, Sergio Mattarella, de intentar formar gobierno tras el colapso del Ejecutivo de coalición que lideraba Giuseppe Conte. Ante la incapacidad de los partidos representados en el Parlamento para forjar una nueva mayoría, el jefe del Estado apostó por el expresidente del Banco Central Europeo como figura de consenso para conformar un Gobierno técnico que lidere al país en un momento de desafíos trascendentales, evitando la parálisis y la incertidumbre que acarrearía el regreso anticipado a las urnas. La decisión de Mattarella es inteligente; la disposición de Draghi, elogiable, considerando que pone en juego su prestigio en una situación difícil y sin tener a priori un claro respaldo parlamentario.

Las circunstancias que han llevado hasta este punto son las de un fracaso político. Se trata de la enésima encarnación de un defecto crónico del sistema político italiano: una inestabilidad enfermiza que ha entorpecido gravemente las posibilidades de desarrollo de la sociedad. La volatilidad y el cortoplacismo explican en gran medida por qué el país lleva la mayor parte de este siglo deprimido en el estancamiento económico y en una nefasta espiral de pesimismo colectivo. La solución que plantean Mattarella y Draghi a este nuevo episodio de inestabilidad es, sin embargo, la mejor posible y no resulta exenta de virtudes. Por las cualidades personales del elegido, que se sitúa entre las figuras de mayor relieve de la Europa del siglo XXI; y por la vocación subyacente al proyecto, el intento de catalizar una amplia convergencia de voluntades políticas que es oportuna en un momento como este. No solo la lucha contra el desafío sanitario es trascendental y debe concitar unión; la administración de los recursos que procederán de la UE —unos 200.000 millones de euros entre ayudas a fondo perdido y préstamos— representa una oportunidad de transformación del país de tal calado que parece lógico gestionarla con un consenso que vaya más allá de una frágil e inestable mayoría.

No hay garantías de que el intento de Draghi prospere. Pero, leyendo entre líneas de las primeras señales políticas, cabe intuir que tiene buenas posibilidades. Si fuera así, la experiencia tendría también el activo de fomentar una cierta maduración de varias formaciones políticas italianas. Es esta una legislatura dominada por partidos de vocación antisistema como el Movimiento 5 Estrellas, la Liga y Hermanos de Italia, que obtuvieron un 54% de los votos en 2018. Un gesto de responsabilidad ahora puede representar un punto de evolución positiva en sus historias. Deberían entenderlo así, por el bien de la ciudadanía italiana. Los meses necesarios para convocar elecciones y conformar un nuevo Gobierno infligirían un daño letal cuando Italia debe presentar en cuestión de semanas los planes para aprovechar los fondos europeos. La inmadura volatilidad de la política italiana tiene su reverso en una loable capacidad de diálogo. Draghi debe aprovecharla, forjar un consenso que sea la amplia base del proyecto de reconstrucción que el país necesita. El apoyo a los jóvenes, en un país envejecido y que sufre una hemorragia de cerebros, debería ser su estrella polar.

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