Votar en Cataluña, enderezar el rumbo
El 14-F catalán es una gran oportunidad para centrarse en las cosas de la realidad
La convocatoria de elecciones autonómicas para el 14-F ya es firme. Los catalanes tienen la oportunidad de volver a enderezar su atribulada vida colectiva. Para ello resultará imprescindible recuperar el tono constructivo del debate político frente a la dañina confrontación permanente y centrarse en las cosas de la realidad y los propósitos realizables. Enderezar exige acordar antes la necesidad de una rectificación: obvia para muchos, pero pendiente para otros. El claro —y negativo— resultado de ese balance es lo que permite reclamar la apertura de una nueva etapa
Los datos no pueden esquivarse. Notorio es el gravísimo daño infligido a la sociedad catalana por el aventurismo unilateralista ilegal. Aventurismo marcado por una inestabilidad política que se refleja en la brevedad de las cuatro legislaturas del procés: tres han bordeado la mitad de lo previsto (dos años) y la actual también se acortó. La producción legislativa ha sido escasa o inane. Y la medida de la defectuosa calidad (o ilegalidad) en la que fue relevante —la ruptura estatutaria y constitucional, o la política de vivienda— la certifica su anulación por el Tribunal Constitucional, siempre prefigurada por el Consejo de Garantías Estatutarias de la Generalitat. La erosión institucional abocó a la división del Govern, el desprecio a la oposición, la parálisis del Parlament, la anulación de la figura del president, la fractura social y una batalla improductiva contra las instituciones del Estado.
La economía pública se ha visto lastrada por la incompetencia y la crisis presupuestaria: cada uno de los 10 ejercicios desde 2012 ha carecido de presupuestos propios, al ser prorrogados, o aprobados fuera de plazo. La privada, por el traslado de la sede social de 4.000 empresas (entre ellas, las mayores) en búsqueda de seguridad jurídica, y por la inacción pública para recuperarlas. En cada uno de los tres años de esta legislatura, la economía de Madrid ha dado el sorpasso a la catalana. Las políticas de bienestar han empeorado por los recortes practicados por el pujolismo con el voto favorable de Esquerra. Y en cambio ha florecido la corrupción, y la candidata unilateralista está siendo investigada en un caso similar de contratos falsos por el que el hombre fuerte del nacionalismo municipal acaba de ser condenado.
Si Cataluña sobrevive a este desgobierno es gracias al empeño de su ciudadanía, al talento de sus jóvenes en la creación de empresas (start-ups), a las apuestas consorciadas con el conjunto de España y la UE (sincrotrón, biomedicina, I+D...), al aún resistente aliento metropolitano de Barcelona y a la protección estatal a su deuda.
Los puntos de apoyo para la recuperación son esas fortalezas. Las parálisis e ineficiencias pasadas son reversibles si se pone el acento en la prioridad de una política pragmática, respetuosa y orientada al conjunto de la sociedad, no solo de una parte. Inspirar seguridad jurídica para la creación y el retorno de empresas; reforzar la industria; confeccionar presupuestos; dinamizar las políticas activas de empleo, formación profesional, vivienda; aumentar la sanitaria y la educativa..., el grueso de todo esto es factible con las competencias actuales. Esta campaña debería ser la base para el regreso a esos valores y objetivos, y al buen uso de la (olvidada) capacidad de influencia política catalana más allá de sí misma.
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