Freud ‘pantojer’
Sostiene el padre del psicoanálisis que, pronto o tarde, para hallar tu sitio en el mundo has de matar a tu padre. A Francisco Rivera Pantoja, 36 años largos, la vida le hizo la putada de darle el trabajo hecho
Sostiene Freud que, pronto o tarde, para hallar tu sitio en el mundo has de matar a tu padre. A Francisco Rivera Pantoja, 36 años largos, la vida le hizo la putada de darle el trabajo hecho. El artista antes conocido como Paquirrín era aún lactante cuando el toro Avispado corneó de muerte a su viejo dejándole de herencia, o de losa, una leyenda insuperable, un apodo horrísono y una mater dolorosa, ora omnipresente, ora ausente por razón de su condición de diva de la copla. De matar a la madre creo que Freud no dijo nada, supongo que porque, aparte de falocéntrico, creía que en el pecado llevamos la penitencia. La cosa es que Paquirrín creció, mutó en Kiko, lo vimos caer, levantarse, dar tumbos, encadenar novias y vicios, según narró él mismo vía exclusivas, sin acabar de encontrar su hueco, pese a haber pagado el peaje freudiano de matar al padre y un edipazo de libro. Hasta que llegó el ajuste de cuentas.
Anda estos días el expequeño del alma con piel de canela, padre él mismo ya de varias criaturas, poniendo a parir a su señora madre en la tele, jaleado por un coro de hienas dándole más leña a la mona después de haberla adulado hasta la náusea. Dicen que poco le pagan para la audiencia que genera, y no me extraña. El relato es hipnótico. Cuenta Kiko que Isabel Pantoja solo se quiere a sí misma. Que se rodea de palmeros. Que ve en bucle sus conciertos de fino y rosas y se dice guapa, guapa y guapa. Que pidió que le cambiaran de pardo a celeste el color de los ojos a su nieta en unas fotos para evocar al marido muerto, increíble. Pero yo, creyéndomelo todo, mataría por oír su versión de los hechos. Freud tendría material para mil tesis sin salir de Cantora, de acuerdo, pero aterra pensar lo insondable del efecto de tus presencias y ausencias, acciones y omisiones, palabras y silencios en el alma de la carne de tu carne. Ya lo decía Sigmund: el infierno son los otros. ¿O ese era Sartre?
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