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Columna
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Decepciones

Una vez vacunado el alcalde, el general y el obispo, solo nos falta el maestro para consumar ‘Crónicas de un pueblo’

Javier Sampedro
El alcalde de La Nucía (Alicante), Bernabé Cano, que se vacunó contra la covid a mediados de enero-
El alcalde de La Nucía (Alicante), Bernabé Cano, que se vacunó contra la covid a mediados de enero-AYUNTAMIENTO DE LA NUCÍA (Europa Press)

Una vez vacunado el alcalde, el general y el obispo, solo nos falta el maestro para consumar Crónicas de un pueblo. Sepan los jovenzanos, si es que hay alguno leyendo esto (ojalá estés ahí), que aquella serie de Antonio Mercero destiló en una sencilla comedia el estilo del tardofranquismo, el resultado de 40 años de tinieblas y oscurantismo, un mundo en el que se daba por hecho que los poderes fácticos debían nadar en el mar de privilegios que les otorgaba la nación, la religión y la sombra.

Ya vemos que seguimos viviendo aquella pesadilla, con todos esos vacunados fuera de protocolo que solo pueden exhibir galones para disculparse. Y los galones no son un argumento. Las dimisiones me parecen correctas —faltan algunas mientras escribo esto— porque debe corregirse el pésimo ejemplo que estas personas han dado a la ciudadanía, y porque saltarse la cola revela una psicología antigua e incompatible con un cargo de responsabilidad en una democracia. No estamos para una segunda edición de la serie de Mercero. Esa es una de las decepciones que nos ha deparado la pandemia, pero ni mucho menos la única.

Tras la contumacia exhibida el año pasado por las Administraciones para salvar la Semana Santa, salvar el verano, salvar el puente de la Constitución, la Nochebuena, la Nochevieja y la noche de Reyes, hay indicios de que ese anuario de la salvación se va a repetir en 2021. La escalada casi vertical de la tercera ola es la consecuencia directa del empeño irracional en salvar la Navidad pasada, y ni siquiera Fernando Simón está ya tranquilo con la variante británica del virus. Bienvenido al final del argumento. El objetivo del Gobierno en la segunda ola era rebajar a 25 la tasa acumulada (casos por 100.000 habitantes sumados durante dos semanas). Estamos ahora mismo rozando los 900, unas 36 veces más que el objetivo. Aumentan los signos de saturación en las UCI y empiezan a aplazarse las operaciones para otras patologías. Si un factor 36 constituye o no un fracaso quedará para los historiadores y los lingüistas, pero desde luego no es un éxito.

Pese a todas esas evidencias aplastantes, las Administraciones se han obsesionado ahora con salvar el próximo verano. El presidente andaluz tuvo el buen sentido, ya en diciembre, de suspender la Feria de Abril y la Semana Santa —aunque no se atrevió con la Navidad, por alguna razón—, y ojalá cunda el ejemplo con las demás fiestas de la piel de toro. Pero todo eso es una minucia en comparación con salvar el verano, la época en que una economía del siglo pasado, dependiente del turismo y el ladrillo, suele crecer como una espuma volátil y fugaz. Pero lo único que puede salvar el verano son las vacunas, y estos elixires de la salud no están llegando al ritmo suficiente para cumplir el objetivo. La inmunidad de rebaño que salvaría el verano, un 70% de la población vacunada en julio, no parece alcanzable. Los sectores hosteleros y hoteleros que están sufriendo van a necesitar ayudas directas para sobrevivir. O un plan que los recoloque a todos en un laboratorio. Toda resistencia será fútil, como dicen en Star Trek.

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