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Columna
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Higienismo del siglo XXI

Es imposible calcular cuántas vidas se han salvado gracias a pequeños cambios en la manera en que vivimos nuestro día a día, pero seguramente han sido muchísimas

Jorge Galindo
Interior de un bar en Barcelona el pasado 18 de diciembre.
Interior de un bar en Barcelona el pasado 18 de diciembre.Albert Garcia (EL PAÍS)

Es imposible calcular cuántas vidas se han salvado gracias a pequeños cambios en la manera en que vivimos nuestro día a día, pero seguramente han sido muchísimas. En los siglos pasados, comprender que el contagio del cólera se producía a través de aguas contaminadas convirtió el acceso a agua razonablemente limpia en una prioridad; así como asumir que ciertos patógenos conviven en nuestro cuerpo incentivó la higiene personal, particularmente el lavado de manos con jabón.

En las últimas décadas, los avances de la higiene se centran en facilitar el acceso a estas herramientas a poblaciones particularmente vulnerables, antes que en adoptar nuevas prácticas. Pero el SARS-CoV-2 ha venido a recordarnos una intuición básica de Florence Nightingale, precursora de la enfermería moderna: “Mantén el aire que respira el paciente tan puro como el del exterior”, escribía en su tratado fundacional. Para ella, este era el primer mandato de los cuidados hospitalarios. Y, sin embargo, como explica la divulgadora Emily Anthes en su The Great Indoors, la lucha por cortar cadenas de contagio en lugares como hospitales y centros médicos desembocó en una separación drástica de los entornos abiertos y cerrados que facilitó la implementación de tecnologías higiénicas aplicadas directamente a la eliminación de gérmenes, pero que quizás es momento de reconsiderar ahora que podemos.

Gracias a tecnologías y habilidades adquiridas a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI, ahora es posible recalibrar de manera segura esta relación entre el techo y su ausencia: sistemas de ventilación complementada con filtrado eficaz, construcciones cotidianas híbridas, viviendas amplias, espacios de encuentro social al aire libre... todo ello debería ayudarnos no solo con este virus, sino con otros que ya están o que vendrán. Igual que debería hacerlo un renovado respeto por el espacio personal, empezando por formas de saludo más distanciadas. Por no hablar del uso de mascarilla ante el menor síntoma de infección respiratoria. O, simplemente, cuando interactuamos con alguien de salud vulnerable: visitando a un amigo o pariente de edad avanzada, por ejemplo.

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Este higienismo del siglo XXI puede construir sobre los avances de aspiración igualitaria y comunitaria de la modernidad pasada, con una mayor ratio de aire limpio por cabeza como columna vertebral, nuevo horizonte invisible. @jorgegalindo

Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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