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Columna
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El capitalismo y el amor

Avaricia, envidia u otros sentimientos inmorales parecen mejores candidatos para explicar el orden económico global. Pero varios científicos destacan el papel crucial del amor

Víctor Lapuente
Varios viandantes reflejados en una pantalla con información bursátil en Tokio (Japón).
Varios viandantes reflejados en una pantalla con información bursátil en Tokio (Japón).FRANCK ROBICHON (EFE)

La fuente del capitalismo es el amor. Si te preguntas por qué vivimos en un sistema capitalista, seguramente la última palabra que te viene a la cabeza es amor. Avaricia, envidia u otros sentimientos inmorales parecen mejores candidatos para explicar el orden económico global. Pero varios científicos, como Joseph Henrich o Deirdre McCloskey, destacan el papel crucial del amor.

Hace tiempo que sabemos que las democracias capitalistas se fundan en unos rasgos culturales concretos: individualismo, confianza en los desconocidos e intolerancia hacia el nepotismo. Pero no está claro por qué esos valores, tan contrarios al tribalismo que ha caracterizado a la humanidad desde el amanecer de los tiempos, florecieron al final del medievo en Europa, posibilitando el despegue de Occidente —cuando tanto China como el mundo islámico parecían mejor preparados—. Y ahí es donde entra el amor.

Y la Iglesia. En el siglo VI, Roma inicia una gigantesca campaña propagandística a favor de que el matrimonio —que hasta entonces era un arreglo forzado que servía a los intereses de los clanes familiares— se convirtiera en la unión voluntaria de dos corazones. La Iglesia impuso que las novias tuvieran que dar su consentimiento con un explícito “sí, quiero”. Se acabaron las bodas apañadas entre primos y la poligamia: los hombres (poderosos) tomando a varias esposas, una práctica desgraciadamente presente en muchas culturas humanas.

Esto llevó a una revolución doméstica. En lugar de convivir con diversas generaciones bajo un mismo techo, y depender psicológica y económicamente de clanes familiares extensos, los europeos pasaron a formar familias nucleares monógamas al casarse (por amor) con extraños. Este nuevo paisaje social alteró las formas de relacionarse. Para sustituir al generosamente protector, e infinitamente tirano, jefe del clan, los europeos empezaron a crear asociaciones voluntarias. Las ciudades se llenaron de gremios profesionales que aseguraban a sus miembros, sociedades mercantiles que facilitaban el comercio en todo tipo de mercados, e instituciones de gobierno que priorizaban la democracia y el mérito por encima de las lealtades tribales.

Esta modernización fue más rápida en unos sitios (como el norte de Italia) que en otros (el sur) y sigue incompleta, tanto en Europa como en el resto del mundo. Pero continuará. Amor omnia vincit @VictorLapuente

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