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Columna
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Tecnosocialismo con características chinas

El sistema autoritario favorece la innovación al tiempo que interviene en las grandes empresas

Ana Fuentes
Un logo de Tencent se ve durante la Conferencia Mundial de Internet (WIC) en Wuzhen, provincia de Zhejiang, China, el pasado noviembre.
Un logo de Tencent se ve durante la Conferencia Mundial de Internet (WIC) en Wuzhen, provincia de Zhejiang, China, el pasado noviembre.ALY SONG (Reuters)

Washington y Bruselas se están poniendo firmes con las grandes tecnológicas como Google, Amazon y Facebook. China lo está haciendo también, aunque no por los mismos motivos. Pekín ha multado a dos de sus gigantes, Alibaba y Tencent, por violar las leyes antimonopolio. Está velando para que no haya exceso de concentración en el mercado. Pero, además, está retomando el control después de haberles dado mucho margen. Intenta hacer compatible el autoritarismo con la innovación. Hasta ahora, los chinos se habían centrado en la innovación incremental: tomar lo que les interesaba del extranjero, darle su toque y fabricarlo más barato. Ahora están pasándose a la innovación disruptiva, crear algo que no existe en otros lugares. Y lo hacen asegurando el control del Gobierno. Es el tecnosocialismo con características chinas.

En los años ochenta, Deng Xiaoping inició un experimento que dio en llamarse “socialismo con características chinas”. Entre otras cosas, se crearon zonas económicas especiales. Ecosistemas en los que se probaban cosas y, si funcionaban, se aplicaban en el resto del territorio. De ahí surgieron centros de progreso como Shenzhen: era un pueblo de pescadores y hoy mueve más startups que Hong Kong. Como en Shenzhen, hay centenares de experimentos en los que el país lleva invirtiendo 40 años. Los Gobiernos locales, que compiten entre sí, se rifan estas iniciativas.

En Occidente relacionamos innovación con el desafío a lo establecido, con garajes y otros clichés importados de Silicon Valley. China pretende ir más allá: deja crecer a la iniciativa privada con unas reglas mucho más laxas que en Occidente, por ejemplo, en privacidad o biotecnología, pero cuando un proyecto choca con el Partido, lo frenan, me contaba Claudio Feijoo, el director para Asia de la Politécnica de Madrid. Existe un margen enorme para experimentar. Los investigadores tienen más fondos que en otras partes del mundo. El único límite es que no comprometan los intereses nacionales que fija el Gobierno.

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Igual que hace la vista gorda con las apuestas o el porno, el régimen chino tolera algunas críticas y financia la creatividad. Cualquier Gobierno autoritario bien diseñado crea espitas para que la gente suelte vapor. Quien sabe aprovechar los márgenes, ve que el progreso existe. Permite hacerse rico. Solo hay que tener en cuenta el fin último: en China se hace patria desde la tecnología. Por eso han surgido subcontratas que suministran censores a los portales de Internet con miles de operarios que van acotando los algoritmos para que no ofrezcan resultados políticamente incorrectos. Decía la comisaria europea de Competencia, Margrethe Vestager, que un gran tamaño de las tecnológicas exige una gran responsabilidad. En el caso chino, además, se requiere lealtad. @anafuentesf

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Sobre la firma

Ana Fuentes
Periodista. Presenta el podcast 'Hoy en EL PAÍS' y colabora con A vivir que son dos días. Fue corresponsal en París, Pekín y Nueva York. Su libro Hablan los chinos (Penguin, 2012) ganó el Latino Book Awards de no ficción. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París, y es máster de Periodismo El País/UAM.

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