China ganó 2020
El régimen de Xi Jinping sale fortalecido del año que finaliza mientras Estados Unidos termina debilitado. Si no despierta, Europa se arriesga a que el lema “América primero” sea sustituido por el de “China primero”
En los futuros libros de historia, 2020 se conocerá como el año de la gran pandemia de la covid-19, y con razón. Pero también se lo recordará como el del fin del abominable mandato del presidente estadounidense Donald Trump. Ambos sucesos están estrechamente vinculados y dejarán marcas duraderas, en parte porque se desarrollaron durante una transición más amplia desde un siglo XX dominado por Estados Unidos hasta un siglo XXI dominado por China.
Con este telón de fondo, el año 2020 demostró ser muy exitoso para China. Ciertamente, no parecía así al comienzo, cuando un nuevo coronavirus, el SARS-CoV-2, arrasaba en la metrópolis de Wuhan. Las graves insuficiencias de las autoridades chinas permitieron que el brote se convirtiera en una pandemia que ha matado a casi 1,5 millones de personas y paralizado la economía global. A principios de año, parecía que las autoridades centrales de China se enfrentaban a una profunda crisis de confianza. Sumado a una guerra comercial con Estados Unidos, la covid-19 hizo que el país trastabillara temporalmente.
Desde entonces, la dura supresión del movimiento por la democracia en Hong Kong por parte del presidente chino, Xi Jinping, ha elevado la desconfianza hacia él en Occidente. La restricción administrativa en virtud de una draconiana ley de seguridad nacional pone fin a la era de “un país, dos sistemas” y da pie a serias inquietudes sobre el futuro de Taiwán.
En cualquier caso, la posición de China luce mucho mejor al finalizar este año. La insuficiencia de sus medidas al principio de la pandemia parece haber sido olvidada en gran parte, en especial dentro de la misma China. Ya no hay ninguna traza de pérdida de confianza pública en las autoridades centrales. El Estado unipartidista autoritario chino contuvo rápidamente la covid-19 y recuperó la marcha de la economía, posibilitando un retorno casi completo a la vida normal.
En la guerra comercial con Estados Unidos, China ha cedido poco terreno (principalmente una promesa de comprar 200.000 millones en bienes estadounidenses). La represión en Hong Kong parece haber funcionado precisamente como Xi esperaba. Y en noviembre, China montó algo parecido a un golpe geopolítico con la firma de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), un nuevo acuerdo que pone al país en el centro de la mayor área de libre mercado del planeta. La RCEP conectará el inmenso mercado chino con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático —que comprende a países como Indonesia, Singapur y Vietnam— e incluirá a importantes aliados de Estados Unidos, como Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Por el momento, la India no forma parte del acuerdo, pero podría unirse más adelante. El único actor regional que quedará fuera será Estados Unidos.
La creación de un nuevo bloque económico centrado en China ilustra la diferencia entre la realidad y la telerrealidad. Cuando Trump llegó a la Casa Blanca, en enero de 2017, una de sus primeras medidas oficiales fue retirar a su país de la Asociación Transpacífico, un acuerdo negociado por el presidente Barack Obama que habría creado algo similar al RCEP, solo que centrado en Estados Unidos y excluyendo a China. Al ser testigos de semejante acto de autoagresión, cabe suponer que los líderes chinos se sintieron exultantes por la suerte que les había deparado el destino, y el Gobierno de Xi ha trabajado duro desde entonces para aprovechar el generoso regalo de Trump.
Esos esfuerzos están ahora dando frutos. Con una nueva zona de libre comercio vienen nuevas realidades geopolíticas. Alrededor de China se tejerá una red de relaciones de dependencia que fortalecerán su posición en la región indo-pacífica.
Mientras China emerge fortalecida de este año de crisis, Estados Unidos ha salido más débil. Por culpa de Trump, la covid-19 está haciendo de las suyas en Estados Unidos, y el país sigue centrado en sí mismo mientras transmite al resto del mundo la impresión de estar sumido en la división, el caos y la incertidumbre. Esta percepción tiene grandes consecuencias geopolíticas. A la vez que está saliendo de unas disputadas elecciones que el mismo Trump ha intentado desacreditar, muchos en el mundo se preguntan si la próxima Administración del presidente electo, Joe Biden, logrará sacar a su país de la espiral descendente en la que se encuentra. La actual fase poselectoral no inspira mucha confianza en la posibilidad de que los dos campos políticos enfrentados vayan a encontrar terreno común.
En estos turbulentos tiempos de pandemia y crecientes rivalidades económicas y geopolíticas, Estados Unidos necesita a sus amigos más que nunca, y esto es recíproco. Si Biden no logra recuperar el liderazgo global estadounidense, China está llamada a convertirse en la potencia dominante del planeta, y esa no es una perspectiva muy alentadora para los socios y aliados de Estados Unidos en Europa, la región indo-pacífica, y otros lugares del mundo.
El mundo pudo hacerse una idea de lo que supondría una hegemonía china este mes cuando el régimen de Xi emitió una especie de orden de 14 puntos a Australia para exigirle que “corrija los errores” que ha cometido en la relación bilateral. Tras un llamamiento de Australia a una investigación internacional sobre los orígenes del SARS-CoV-2, la exclusión de dos empresas chinas (ZTE y Huawei) de su red 5G y la cobertura negativa sobre China en los medios de comunicación australianos, China ha impuesto desvergonzadamente a Australia nuevas barreras comerciales.
Los europeos, en particular, deberían estar atentos a este comportamiento. Pronto los aliados de Estados Unidos se librarán de Trump y su política exterior nacionalista. Pero poco se ganará si el lema “América primero” se reemplaza por el de “China primero”. Los europeos y otros países todavía seguirán teniendo que pagar interminables tributos y pleitesías. Los europeos debemos despertar. Esta es nuestra última oportunidad de apuntalar la hegemonía “benevolente” y la promesa de libertad en el siglo XXI.
Joschka Fischer fue ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005. También fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
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