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Columna
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Dientes, dientes

Se equivocan quienes desprecian a la presidenta Ayuso por su poca formación gestora. Posee un instinto fabuloso para ocupar el espacio, adueñarse del terreno de juego y arropar el discurso con la frescura de una tonadilla

David Trueba
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la Inauguración del Hospital Isabel Zendal, el pasado 1 de diciembre en Madrid.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la Inauguración del Hospital Isabel Zendal, el pasado 1 de diciembre en Madrid.EUROPA PRESS/J. Hellín. POOL (Europa Press)

El hecho de que la figura que más horas ha ocupado en la televisión en España durante las últimas tres décadas sea una tonadillera ha condicionado el carácter del país. De alguna manera, las costumbres nacionales se han diseñado muy acordes al espíritu de la copla, con su desgarro pasional, los prontos de orgullo y la aureola del desengaño. Pero además, esa figura histórica, pues si tanta ha sido la atención puesta sobre ella y su familia no podemos rebajarla de ese pedestal televisivo, ha moldeado la vida de los ciudadanos como ninguna asignatura educacional logró pese a las constantes reformas del sector. Con ella los españoles han aprendido a amar, enviudar, engañar, sufrir, adoptar, repudiar, resurgir, recaer y hasta rellenar las paralelas del impuesto de Hacienda. En lo que es una injusticia flagrante, las cadenas de televisión no han aportado un fondo perpetuo para que esta mujer y sus vástagos puedan vivir con un salario mensual tan merecido. Si acaso, tratan de solucionar ese agravio con contratos por obra, algo que nos parece ingrato.

En una de sus más memorables lecciones, la cantante paseaba por una calle de Marbella junto a un amante expuestos a diversas investigaciones por corrupción y malversación de fondos de cuentas públicas. Mientras caminaban frente a los informadores, que siempre han estado atentos a sus rutinas, pese a que no hay dinero para enviar periodistas a Siria o Yemen, esta mujer le mostró a su acompañante la actitud que hay que tener cuando te sientes perseguido. Dientes, dientes, le aconsejó. Mostrar una sonrisa ladina y autosuficiente, que no deje transparentar las penas ni la preocupación. Muchos años después, en la ridícula inauguración de un nuevo recinto hospitalario en Madrid, la presidenta de la Comunidad recurrió a ese consejo, ahora ya elevado a la categoría de ritual. Dientes, dientes, y que rabien los críticos, los que dudan del sentido y la utilidad de una construcción precipitada, demasiado parecida al hospital de campaña de Ifema, que sirvió para desviar la atención de las muertes indignas de tantos ancianos en residencias con una épica vacua y fraudulenta.

Se equivocan quienes desprecian a la presidenta Ayuso por su poca formación gestora. Posee un instinto fabuloso para ocupar el espacio, adueñarse del terreno de juego y arropar el discurso con la frescura de una tonadilla. Maneja además con precisión la variable conocida como Factor R, que explica que muchos votantes eligen a su candidato entre opciones poco estimulantes tan solo por el grado de rabia que despierta en sus enemigos. Cuanto más los detesta tu rival, más atractivos te resultan. Dientes, dientes. Ayuso es una fantástica líder para los tiempos que corren. Ya se ha hecho con el mando de la oposición al Gobierno central, ha empujado a los separatistas catalanes a defender la armonización fiscal y a la izquierda abertzale a implicarse en la aprobación de los Presupuestos del Estado. Ofrece a los ricos una ciudad donde donar y morir sin dejarse el dinero en impuestos y a los pobres barriadas sin calefacción ni luz, que es lo que en el fondo les hace sentir como en casa. Estamos ante una purasangre que cabalga desbocada. Ha aprendido de los grandes, sin pasar por la Escuela de Chicago ni la London School of Economics, sino desde el sofá de casa a media tarde mojando la magdalena en café con leche.

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