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Columna
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Antígena

A la vista de los comentarios del general retirado que higienizaría el país fusilando a veintiséis millones de españoles y de españolísimas como yo, esta columna bien podría titularse ‘Antígona’

Marta Sanz
La ministra de Defensa, Margarita Robles, inaugura el Centro de Educación Infantil de la base militar El Goloso, este jueves.
La ministra de Defensa, Margarita Robles, inaugura el Centro de Educación Infantil de la base militar El Goloso, este jueves.Víctor Lerena (EFE)

El otro día me hice una prueba de antígenos por vía nasofaríngea para poder alojarme en un hotel de Tenerife: el avión podía estar atestado de personas con covid. Sin embargo, lo que hoy me preocupa tiene que ver con ese “talante” que a Rodríguez Zapatero le trajo tantos disgustos. Me realicé la prueba en una clínica privada de un barrio rico de Madrid y me cobraron “solo” 25 euros. Quizá la oferta responda a la obsesión de los señores de la casa por mantener libres de infecciones a las chicas del servicio. En mi fantasía distópica, estas mujeres son obligadas a someterse a pruebas semanalmente, diariamente, dos veces al día. Tal vez tenía estos pensamientos porque a mi lado había un señor —de la casa, sin duda—con una bandera de España que le tapaba nariz y boca. No era una mascarilla con banderita: era una bandera confeccionada como mascarilla higiénica. “¿Marta Sanz? ¡Pase!”. La enfermera me metió el palillo por las fosas nasales y me explicó lo que iba a sentir con tal acierto lingüístico que nada me sorprendió ni me hizo daño: “Sentirá un cosquilleo, ganas de estornudar que no se resolverán en estornudo y se convertirán en una presión bajo el ojo. Quizá lagrimee. La prueba es molesta, pero no dolorosa”. Al salir le cuento mi experiencia antígena al señor: “La prueba es molesta, pero no dolorosa”. Sospecho que estará nervioso y me compadezco. Me sonrío por mi disposición al diálogo y a la empatía en el dolorcillo. Marcia Tiburi diría que aprendo a conversar con un fascista y cumplo con mi deber. Soy un ser humano. Pero fue obvio que el tipo no quería hablar conmigo. Se cambió de sala. Ciertos caballeros no quieren conversar con damas como yo por mucho que las damas nos empeñemos en confiar en la palabra, la empatía y los poderes racionales de la argumentación.

Esta columna se titula Antígena, pero en vista de los comentarios del general retirado que higienizaría el país fusilando a veintiséis millones de españoles y de españolísimas como yo —”hijos de puta” nos llama desoyendo cualquier recomendación del lenguaje inclusivo—; en vista de la carta de los 73 antiguos mandos del Ejército en la que advierten al rey de la amenaza socialcomunista y filoetarra; y de las siempre atinadas declaraciones de Díaz Ayuso — “Habrá pelea para ser español en España”—, bien podría titularse Antígona: el discurso del odio, además de intolerancia y represión, deviene en ejemplarizantes cadáveres sin enterrar o fosas sin nombres cuyos niños perdidos y mujeres muertas son localizados, desenterrados, identificados y reivindicados socialmente, rehabilitados en la historia, por personas de buena voluntad que saben que verdad, justicia y reparación no son consignas vengativas, sino requisitos de calidad democrática: “Ahora, quedamos atentas. Llegan, con aires de libertad y sonrisa blanqueada por el láser, los vástagos de nuestros embalsamadores. Sonríen en la foto, ocupan un escaño en el Parlamento, apelan a nuestra descendencia, se dicen salvadores de la patria…” Es un spoiler —destripamiento— de pequeñas mujeres rojas. Esto no es un chiste de soldaditos del pim pam pum ni una simpática chochez de fascistas nostálgicos. Esta gente tiene pistola y Vox dice “Son de los nuestros”, mientras otros militares son expulsados del Ejército por firmar manifiestos que acaban con “¡Salud y República!”. La Jefatura del Estado, el Ministerio de Defensa —ya ha movido ficha— y quienes aspiren a merecer el apelativo de demócratas deberían tomar cartas en el asunto. Para otras conspiraciones se actúa con enorme diligencia. Quedo en espera —no telefónica—: las momias han resucitado y no sirve de nada taparse los ojos.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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