Fue imperfecto, ¿como todos?
Ha quedado claro una vez más que no hay biografía más intocable que la de los futbolistas. No hay reproche si la jugada es buena
Que conste que estoy entrenada desde niña para escuchar conversaciones que no me interesan. El acto de escuchar sin protestar dilató mi paciencia, aunque siento que la voy perdiendo. He escuchado durante toda mi vida la descripción de jugadas de fútbol, de las mismas jugadas incluso, sintiendo que a mi interlocutor le traía al pairo si su relato era de mi interés. Lograba disociarme, como hacía en misa, pensar en otra cosa y regresar cuando terminara el sermón. Puedo imaginar que para los niños a los que no les gustara el fútbol debió de ser difícil estar fuera de este sistema tan abrumador. Han sido días de sermones y de creyentes. El culto a Maradona, porque culto ha sido, se ha expandido planetariamente y ha producido una lírica fervorosa que si se dedicara a otro Dios sería calificada de integrista. No contentos con repetir la jugada, las jugadas de este dios que ya nos mira desde el cielo, glosaban su vida erigiéndolo como referente para el pueblo. Antes de que cualquier mujer amenazara con cuestionar esta beatificación señores sobradamente preparados nos explicaban que hay que separar la vida de la obra. Caramba, esta demostración de racionalidad provenía de los mismos que se dedicaban a construir el mito glosando sus patadas pero también su aventura vital. Se le calificaba de hombre comprometido por sus fotos con Fidel Castro, como si ese souvenir que obtuvieron tantas celebridades fuera la prueba del cristiano viejo. ¿Sería posible actualizar los discursos? Se ha afirmado, incluso, que fue el consuelo de los pobres en la Argentina, ¿no es en sí un problema nacional que el recurso del desamparado sea este? Ha habido mucha letra de tango en las columnas, mucha prosa de macho, como la llamaba Umbral.
Cuando se recordaba, como hizo el periódico Le Monde, sus tratos con la Camorra, los creyentes mandaban callar. Chitón. Me sorprendió que un tipo tan cordial como Xavier Fortes perdiera su ironía cuando al escuchar que una de sus contertulias, Esther Palomera, pretendía con timidez separar la vida y la obra del mito, opinando que en absoluto se le podía considerar ejemplo de nada, salvo de jugador sublime, Fortes zanjara esa perspectiva diciendo que se trataba de un hombre que padecía una gran enfermedad, la dependencia. Que sepamos, esa circunstancia, penosa sí, no exime a quien la sufre de su responsabilidad si ejerce la violencia contra una mujer, por ejemplo. Sí, ya estamos con lo de siempre. Ya venimos a aguar la tremenda fiesta colectiva. Algunos líderes de izquierda celebraron el “día libre de sanciones por olvidar la violencia de género” coincidiendo, qué fatalidad, con el Día Internacional contra la Violencia de Género. Mientras Irene Montero, entre lágrimas, recordaba a las víctimas, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se decantaban por ensalzar la figura política del futbolista. “Que fue imperfecto, como todos”, tuiteó Errejón. Desde luego, todos somos imperfectos, pero hay imperfecciones más dañinas que otras. Estoy convencida de que al político le harían saber que en la defensa de los humildes entran también las mujeres.
En cualquier caso, ha quedado claro una vez más que no hay biografía más intocable que la de los futbolistas: el suculento botín que se embolsan está justificado; cuando defraudan, están perdonados; si abusan, ahí están los hinchas para sacar pecho por ellos. No hay reproche si la jugada es buena. Y como son humanos y proclives a pecar, se les trata como a reyes y todo se les perdona por el placer que procuran. Cuando mueren son beatificados y al que levanta la mano para discrepar siquiera en un aspecto se le censura convenientemente. Nada tiene esto que ver con el mero hecho de jugar, algo tan necesario como el comer; ni con el espectáculo de la competición. Pero esta cobertura abusiva amedrenta de nuevo a los niños que fueron torpes y despierta en las niñas de entonces un enorme cansancio, nos retrotrae a aquella época de escuchar sin rechistar. Ha sido revivirla y pensar, qué aburrimiento.
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