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Maradona, Cuba y el tatuaje de Fidel Castro en la pierna de marcar goles

La isla acogió a Maradona, amigo cercano del líder revolucionario, durante su rehabilitación tras tocar fondo con la adicción a la cocaína

Maradona junto a Fidel Castro, en La Habana, en 2013.
Maradona junto a Fidel Castro, en La Habana, en 2013.Alex Castro (AP)

Llevaba tatuado al Che Guevara en su antebrazo derecho y, para no dejarlo solo, se hizo otro de su amigo Fidel Castro, con firma y todo, en la pantorrilla izquierda, con la que marcaba los goles, tras recibir tratamiento en Cuba contra su adicción a las drogas. Para Maradona, Fidel era un dios, alguien intocable, lo consideraba su “segundo padre”, su “amigo del alma” y su “fuente de inspiración”. “Fidel, si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad es que la lealtad no tiene precio, que un amigo vale más que todo el oro del mundo, y que las ideas no se negocian”, le escribió en 2015 en su última carta, cuando el líder cubano ya estaba retirado de la vida política y muy enfermo. Por carambolas de la vida, Castro y el Pelusa murieron el mismo día, un 25 de noviembre, pero con cuatro años de diferencia, probablemente a ambos esta coincidencia les hubiera agradado.

Se conocieron en Cuba en las navidades de 1994, cuando Diego había terminado su carrera en las grandes ligas del fútbol y cumplía una sanción por dopaje impuesta por la FIFA durante el Mundial celebrado ese mismo año en Estados Unidos. Ambos vieron en ello la mano del enemigo. En aquel viaje a La Habana, Castro recibió a Maradona en el Palacio de la Revolución y pasó horas hablando con él de lo divino y lo humano. Al terminar el encuentro, el futbolista le regaló su camiseta de la selección argentina y fue correspondido con la gorra verdeoliva del comandante.

Diego Armando Maradona le enseña su tatuaje a Fidel Castro.
Diego Armando Maradona le enseña su tatuaje a Fidel Castro.

Ocho años antes, Maradona había estado en el campamento de pioneros de Varadero y se había declarado admirador incondicional de la revolución cubana. Quizá por todo ello y por la amistad sellada, fue el mandatario cubano en persona quien encomendó al entonces director del Hospital Psiquiátrico de La Habana, Bernabé Ordaz, proponerle a Maradona que viajase a la isla para rehabilitarse después de tocar fondo con la cocaína.

Maradona llegó a La Habana en enero del 2000 en un estado lamentable, y solo dos días después de acomodarse en el centro de salud La Pradera, recibió la visita de Castro. “Comandante, en esto es muy fácil entrar y muy difícil salir”, le dijo el diez a su amigo, según contó en aquel momento a EL PAÍS el médico personal del argentino, Alfredo Cahe, tras asegurar que aquel encuentro de 20 minutos había tenido efectos “terapéuticos”.

“Si tengo visitas como la que tuve de Fidel, yo creo que mi corazón va a aguantar y que hay Diego para rato”, explicó Maradona. El astro argentino fue internado en un centro especializado de La Habana, pero su proceso de rehabilitación fue complejo, anguloso y peculiar, no exento de baches. Un día, al poco de comenzar a tratarse, recibió la visita del embajador de su país que le llevó de regalo una botella de vino, ante la mirada asesina del equipo médico. “Pero, che, si un vinito no es nada”, protestó el diplomático antes de serle incautado el brebaje. Cuando se encontraba bastante mejor y recibió su primer pase, un compatriota fan se le cruzó en la calle y le grito desde un coche: “¡No hagas caso a nadie, Maradona, tú eres dios!”.

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“Y dale”, suspiraba entonces, con rabia, un reputado psicólogo cubano. “Mientras el circo continúe andando y tenga que firmar autógrafos, y su entorno le aliente, y la gente le diga que es dios y él se lo crea, es todo complicado. Lo principal para que se salve es desmaradonizar a Maradona”, aseguraba el profesional, insistiendo siempre en el “problema del entorno”. A esta claque cercana, en la que se incluían amigos y representantes, se le atribuía la responsabilidad de alimentarle el ego y de ocuparse de concederle caprichos y hasta suministros cuando el chico se ponía intratable.

Maradona, con una camiseta del Che Guevara, junto a Castro.
Maradona, con una camiseta del Che Guevara, junto a Castro.

Un día tuvo un accidente de coche durante una salida y por suerte no pasó nada. Otro estuvo a punto de agredir a un periodista de Reuters que lo perseguía ―todos le perseguían―, pero la cosa al final se aplacó. Una mañana amaneció con el moño virado y se tiñó el pelo de rojo, salió de compras por La Habana, celebró una fiesta de cumpleaños a su esposa, Claudia Villafañe, posó para los periodistas, tuvo novias cubanas, concedió casi a diario entrevistas a emisoras de radio y medios argentinos.

Aunque, sin duda, el problema y la responsabilidad eran solo suyos, siempre tuvo detrás los focos de los periodistas, algo no muy recomendable en los casos en que la mejor receta es la tranquilidad. “Con esta presión ningún paciente se puede curar ni tampoco ningún médico puede trabajar”, dijo entonces uno de los doctores implicados en su tratamiento.

Algunos periodistas, asqueados, se retiraron. La mayoría no. Al final, meses después de haber llegado, antes de marcharse de Cuba con bastante buena salud, Maradona se prestó a jugar un partido con sus amigos contra los periodistas extranjeros que lo habían asediado. Fue una especie de desagravio mutuo. Diego Armando Maradona marcó dos goles, cedió pases de oro a sus compañeros de juego, hizo varias chilenas y, en fin, ofició una verdadera carnicería. El resultado fue 6-0. Quien escribe, que jugó de defensa, solo se propuso una cosa en todo el encuentro: hacerle una falta memorable al 10. Imposible. Corría como un gamo y celebraba cada gol como si estuviera jugando una final. O mejor dicho, como si fuera un niño, que es lo que era en el fondo.

La historia posterior es conocida. Cuando presentaba en la televisión argentina su programa La Noche del 10, Fidel Castro fue uno de sus invitados estrella. Solía mantener contacto con él, a veces por carta. Un año antes de morir, otro 25 de noviembre, Castro le escribió: “Yo soy un político, pero como niño, adolescente y joven, fui deportista y a esta noble práctica dediqué la mayor parte de mi tiempo libre. Admiro tu conducta por diferentes razones: tuve el privilegio de conocerte cuando triunfaron los latinoamericanos. Tú has vencido las pruebas más difíciles como atleta y joven de origen humilde”. Hoy la prensa cubana lo despide casi como si fuera un héroe revolucionario, y tanto Raúl Castro como el presidente Miguel Díaz-Canel enviaron el pésame a la familia y al presidente argentino, Alberto Fernández, y destacan la amistad de Fidel y el Pelusa. Para los dos, meterle un gol al imperialismo era lo máximo.

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