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Se cumplen treinta años desde que Mario Vargas Llosa empezó a publicar su Piedra de Toque en EL PAÍS, esa columna quincenal en la que siempre, sin falta, el escritor aprovecha sus viajes por el mundo, sus lecturas, sus intereses y pasiones para ofrecer su visión de los acontecimientos culturales, sociales y políticos más relevantes de nuestro tiempo. Así hay que entender la precoz vocación periodística de Vargas Llosa, como una forma de tomar el pulso al presente, como el camino más directo que pudo encontrar para identificar los dilemas que surgen en las sociedades y para participar en los debates que dan contorno al mundo contemporáneo. También, desde luego, como un pretexto para satisfacer otro anhelo vital irrefrenable, la aventura, el contacto directo con los acontecimientos y con sus protagonistas, la ambición de examinar la historia mientras se desarrolla. En eso la literatura y el periodismo vargasllosiano tienen una raíz común: han sido una manera de vivir con más intensidad, de magnificar la existencia.
Las Piedra de Toque surgen del agrado o de la irritación, de la complacencia o de la inquietud. Vargas Llosa, lector incansable de periódicos y de revistas, pasa por el escrutinio de su razón los sucesos que más lo impactan, o que más relevancia tienen, con dos propósitos fundamentales: dar un poco de orden a la caótica realidad y emitir un juicio valorativo. Ese ha sido uno de los sellos característicos del Vargas Llosa periodista: si en sus novelas mantiene una neutralidad total frente a las acciones de sus personajes, en sus artículos siempre toma una posición, siempre despliega su escala de valores y sus convicciones para evaluar lo acontecido.
Aquel ejercicio, heredado de la figura del intelectual comprometido de otras épocas, ha hecho que su voz sea oída en el mundo entero y que goce de enorme influencia. No es exagerado afirmar que si sus novelas ayudaron a dar una identidad y un semblante a Latinoamérica, sus opiniones políticas han contribuido a moldear la sensibilidad cultural contemporánea, a definir las posturas liberales frente a los dilemas morales que enfrentan las sociedades occidentales, y a encauzar procesos políticos en varios países, sobre todo en el Perú. La selección de artículos que aquí se presenta, apenas la punta de la punta del iceberg, es una muestra de ello.
Carlos Granés es ensayista colombiano afincado en Madrid y editor de Sables y utopías, el libro que reúne los artículos de Mario Vargas Llosa sobre América Latina. Su último ensayo es Salvajes de una nueva época.
En este, uno de sus artículos más entrañables, Vargas Llosa aprovecha el reencuentro con Aurora Bernárdez para evocar su amistad con Julio Cortázar. En pocos trazos, demostrando una admirable agudeza crítica, logra un retrato personal y literario del escritor argentino, de sus obsesiones, de sus rutinas y de pasiones políticas, esa filia repentina por las revoluciones de las que Vargas Llosa ya se había distanciado.
Adelantándose a Philip Roth y a otros grandes escritores que abordaron este tema, Vargas Llosa analiza en este artículo los cambios morales que empezaban a insinuarse en los campus universitarios estadounidenses en los noventa, y que veinticinco años después desembocarían en el radicalismo de la corrección política y en movimientos reivindicativos como el Me too.
Cuando su hijo Gonzalo, siendo adolescente, se hizo rastafari, Vargas Llosa fue muy crítico con la utopía de marihuana y espiritualidad que promovía su nuevo credo. Diez años después, sin embargo, viajó a Jamaica a descubrir con fascinación la ciudad donde había surgido el reggae, y la importancia de aquel mundo espiritual que antes había observado con suspicacia.
Con este artículo, que le valió el Premio Ortega y Gasset de periodismo, Vargas Llosa empezó a explorar ciertos aspectos de la sociedad contemporánea, como el creciente amarillismo de la prensa, la vacuidad del posmodernismo, la conversión de la vida privada en un entretenimiento público o la transgresión gratuita en el arte, que finalmente serían los temas de su ensayo La civilización del espectáculo.
Quizás porque él mismo ha sido un migrante y un ciudadano del mundo, Vargas Llosa siempre se ha mostrado incómodo con los nacionalismos y con los prejuicios xenófobos que recelan de los extranjeros. Gran parte de sus luchas intelectuales, como queda demostrado en este artículo, ha consistido en derribar estos insanos prejuicios.
Después de los atentados del 11-M, aún bajo el efecto de la tragedia, Vargas Llosa escribió este pequeño homenaje a Madrid, una ciudad a la que llegó en 1958, como estudiante, y en la que fijó su residencia hace unos pocos años. Este artículo es también una alabanza al cosmopolitismo y una crítica decidida a los fanatismos de todo tipo.
Defensor impenitente de la libertad individual, Vargas Llosa ha intervenido en los debates sociales sobre el aborto, la legalización de las drogas, la eutanasia y, como en este caso, el matrimonio gay, recelando de los dogmas y de las restricciones, y defendiendo para el individuo márgenes de acción tan grandes como sea posible.
En varias ocasiones, Vargas Llosa ha escrito artículos autobiográficos con anécdotas personales, recuerdos de viajes o de amigos, pero ninguno tiene la relevancia de este. Los recuerdos de toda una vida brotan en el como una catarata mientras espera catorce interminables minutos: los que tardará la Academia Sueca en hacer oficial su nombre como ganador del Premio Nobel de Literatura de 2010.
Entre los muchos artículos políticos que ha escrito Vargas Llosa, quizás ninguno ha sido tan decisivo como este. En juego estaba la presidencia del Perú, con dos candidaturas que despertaban enormes suspicacias: la de Ollanta Humala, hermano de un golpista, y la de Keiko Fujimori, hija de un dictador. Analizando racionalmente la situación, Vargas Llosa muestra que nada puede ser peor que el regreso de los Fujimori al poder. Al final la realidad terminaría dándole la razón.
Plaga latinoamericana, el populismo se ha extendido a Estados Unidos y a Europa en los últimos años. Vargas Llosa, que lleva combatiéndolo al menos desde los años ochenta, cuando el populismo de Alan García arruinó al Perú, analiza aquí lo que es este fenómeno político y cómo se manifiesta actualmente en países de todo el mundo.