Turbogobierno
En una espiral infinita de retroalimentación entre Gobiernos, medios de comunicación y actores sociales, se generan sociedades abrumadas que atropellan importantes principios democráticos
Un año después de las elecciones que darían lugar, repetición mediante, al primer Gobierno de coalición en España, la mirada retrospectiva provoca vértigo. Si antes de que la pandemia irrumpiera ya se hablaba de turbopolítica, el virus, catalizador de tendencias previas, ha acelerado todavía más los acontecimientos. La pregunta es qué efectos puede tener este movimiento progresivamente acelerado en el espacio público.
Hace unos días, en estas páginas, Xosé Hermida enumeraba los hitos fundamentales de lo que él llamaba un “equilibrismo permanente” que traza un vaivén constante: de un Gobierno imposible en abril a otro repentino en noviembre; de la inviabilidad de acuerdo alguno al primer Gobierno de coalición; de la amenaza comunista al entendimiento con la patronal para subir el salario mínimo; del silencio cautivo al escándalo por las operaciones financieras del rey emérito y las primeras reacciones de la Casa del Rey. Y en estas llegó el virus a acelerarlo todo. Del mando único a la “cogobernanza”; de los miles de muertos a un verano eufórico... y nuevamente a la debacle. Cada uno de estos factores hubieran sido capaces por sí solos de cambiar de forma sustancial la vida política y el espacio público, pero todos juntos son mucho más que la suma de las partes.
La rapidez de los acontecimientos genera turbosociedades regidas por turbogobiernos donde el constante aumento de velocidad centrifuga los procesos hasta desintegrarlos en algo efímero. En una espiral infinita de retroalimentación entre Gobiernos, medios de comunicación y actores sociales, se generan sociedades abrumadas que atropellan importantes principios democráticos. El primero y más obvio tiene que ver con la rendición de cuentas. Resulta muy difícil, casi imposible, explicar cada uno de los hechos que se suceden, máxime si se tiene en cuenta su calado. Cuando se quiere empezar a profundizar en un asunto, ya se ha pasado pantalla y se está en otro escenario. En este contexto, las posibilidades de desarrollo de pensamiento crítico son escasísimas. Ni información ni contraste de ideas ni mucho menos momentos de conversación pueden amoldarse a la velocidad de lo real. Solo hay espacio para la adhesión inquebrantable o el enfrentamiento sistemático. Un factor más, por tanto, de polarización.
Como corolario de lo anterior, si ni la rendición de cuentas ni el pensamiento crítico son posibles, más lejos quedan aún procesos de aprendizaje que precisan de tiempo y reposo para generar conocimiento. Dicho de otra manera: lo peor de las peores polémicas que se han vivido en los últimos tiempos sobre bloqueos políticos, propuestas para renovar el CGPJ, la mal explicada y manipulada Comisión de la Desinformación, u otros similares, pueden no ser las discusiones en sí, sino que caigan del lado de lo efímero e impidan que podamos extraer lecciones y aprender lo suficiente.
No obstante, igual que la turbopolítica entraña riesgos, también presenta oportunidades. Por ejemplo, ya no es descartable pensar que algo tan crucial como los Presupuestos Generales pueda llegar a obtener un apoyo transversal en la Cámara. Plantear tal supuesto como algo posible hubiera generado carcajadas hace apenas unos meses.
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