_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los guiños peligrosos de la extrema derecha

Vox procura tocar, en la moción de censura, las fibras emocionales del pueblo al que se dirige

José Andrés Rojo
El líder de Vox, Santiago Abascal, ayer en el Congreso de los Diputados durante la moción de censura.
El líder de Vox, Santiago Abascal, ayer en el Congreso de los Diputados durante la moción de censura.Manu Fernandez (AP)

Vox tiene en su punto de mira al pueblo. Así que en la puesta en escena que hizo ayer de sus ideas durante la moción de censura que ha dirigido al Gobierno procuró tocar todas las teclas emocionales que puedan darle a la larga algún rendimiento electoral. Su propósito es crear una atmósfera de descontento, de ira, de indignación, y lo que toca ahora es construir la charca y llenarla de fango —de odio, de resentimiento—, ya habrá tiempo más adelante para tirar el anzuelo y contar cuántos han picado.

Santiago Abascal y los suyos se afanaron por levantar sus grandes banderas: convertir al Gobierno de Sánchez en el peor de los últimos 80 años, acabar con los otros nacionalismos, expulsar a los inmigrantes, devolverle a este país el orgullo propio de los patriotas. Nadie va a venir a salvar a España, explicó, a España solo la pueden rescatar los españoles. Ese tono épico le encanta a la extrema derecha, pero Vox aprovechó también la ocasión para cultivar otros registros e ir sembrando otros mensajes. Buscaba así tocar las fibras sensibles de aquellos que están estos días especialmente tocados y lo están pasando mal.

No hay causa sin una víctima que pueda mostrar sus heridas, así que Abascal quiso explorar también esta senda y señaló cuán difícil le había resultado a su formación defender sus ideas durante la última campaña electoral. Fuimos acosados por bandas organizadas, comentó, y se refirió a un episodio en Sestao que protagonizaron fuerzas abertzales y habló de los aliados de la narcodictadura de Venezuela. La maniobra, aunque tosca y previsible y ya recurrente, solo pretendía colocar de nuevo sobre la mesa una imagen, la de un partido nuevo que es atacado por enemigos más experimentados.

Esa retórica bélica, y el propósito de presentarse en la guerra como la fuerza débil que va a enfrentarse a unos gigantes armados hasta los dientes, fue otro de los recursos de los que tiró ayer Vox en su moción de censura. Así que señaló que en el Gobierno estaban los “mismos escombros del pasado”, para referirse a los comunistas que levantaron muros, y sostuvo que Pedro Sánchez recibió nada más llegar a la Moncloa a George Soros, el especulador multimillonario que opera en la sombra como sostén de los proyectos progresistas. También cargó, a la manera de Trump, contra China y contra los organismos multilaterales (ONU, OMS, Unesco) y atacó con saña a la Unión Europea, a la que presentó como una burocracia avejentada y embarullada en sus normas, incapaz de ajustarse a los nuevos tiempos y rendida a los caprichos de unas elites privilegiadas.

La extrema derecha española se ha enganchado ya, por lo que se vio ayer, a ese tipo de tácticas que tan bien han funcionado en otros sitios. Es la víctima incomprendida que se bate contra un orden caduco para devolverle la grandeza a su patria. Abascal incluso se atrevió con las normas de etiqueta, y criticó la forma de vestir con que los “señoritos” de Podemos acuden al Parlamento; el guiño iba dirigido a todos los trabajadores que tienen que ir uniformados. Y no es un guiño inocente. Como no lo fueron todos los demás que quiso dirigir a cuantos, por lo que sea, pueden sentirse hoy frágiles o humillados. Vox exploró las vetas emocionales y ese es su peligro, porque frente a esa deriva, cuando prende, no hay razones ni argumentos que valgan.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_