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Columna
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Señor presidente, está despedido

El triunfo debe ser contundente para que quede claro el repudio al mago de la telerealidad

Francisco G. Basterra
Cartel publicitario del programa 'The Apprentice' en la fachada de la Trump Tower en Nueva York (EE UU).
Cartel publicitario del programa 'The Apprentice' en la fachada de la Trump Tower en Nueva York (EE UU).

Érase una vez un magnate inmobiliario desconocido en el mundo, pero con cierta fama en Nueva York, que quiso diversificar sus negocios e ideó un reality show llamado El aprendiz. Corría el año 2004. El avispado empresario poseía el 50% del espectáculo en el que él mismo enfrentaba a directivos, que competían para conseguir un puesto de trabajo en alguna de sus empresas. Donald Trump, tras humillar a los invitados al programa, sentenciaba a los peores con un “You are fired”, está despedido. En 2016, tras ganar 200 millones de dólares con el show que veían 30 millones, se convirtió contra pronóstico en presidente de EE UU. El personaje, desprovisto de cualificación alguna para tan alto destino que no fuera un narcisismo subido a un ego inconmensurable, convirtió la presidencia en una nueva temporada de su espectáculo de telerrealidad.

El 3 de noviembre, Trump puede escuchar “¡despedido, señor presidente!”, pronunciado previsiblemente por una mayoría de votos de los ciudadanos. El reality que usted ha hecho pasar por una presidencia cerraría su última temporada abandonado por la audiencia. O no.

Una combinación de sondeos nacionales y estatales, elaborada diariamente por The Economist, señalaba ayer una victoria clara de Joe Biden en votos, el 54,1%, y 45,9% para Trump. El aspirante demócrata sumaría 341 delegados; 270 es la cifra necesaria para entrar en la Casa Blanca.

Su estrepitoso fracaso en proteger la vida de 215.000 ciudadanos víctimas de la covid-19 y el pinchazo de la economía, su mejor baza, acabarían con el espectáculo. La escalada de exabruptos contra Biden y sus críticos, contra los que pide la intervención de la justicia, la llegada de la juez conservadora Amy Coney Barrett al Supremo, su negativa a condenar a la ultraderecha extremista y armada denotan la exasperación del presidente que se ha quedado sin balas y perpetra su suicidio político.

Pero más que eso, lo que los estadounidenses parecen a punto de rechazar es la personalidad divisiva, carente de decoro presidencial, de falta de empatía y compasión que manifiesta Trump. Los análisis sociológicos detectan una ansiedad en el electorado de una tranquilidad educada, el retorno a una civilidad perdida, a una ética de colaboración y sentido común. El consejo editorial de The New York Times afirma que “la reelección de Trump presenta la mayor amenaza para la democracia desde la Segunda Guerra Mundial”.

Biden puede parecer mediocre, demasiado mayor, pero es seguro y razonable. Propiciaría el cambio tranquilo, una presidencia aburrida pero necesaria. Puede que no sea suficiente una mínima victoria de Biden, que Trump puede no aceptar e intentar descarrilar en el Supremo. El triunfo debe ser contundente para que quede claro el repudio al mago de la telerrealidad. fgbasterra@gmail.com

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