España puede, pero ¿cómo?
Un proyecto de país se construye con el conjunto de fuerzas políticas, económicas, sociales, y con la suficiente innovación como para implicar a una sociedad cada vez más plural
Lo peor de la bronca no es el ruido, pues éste acaba convirtiéndose en lo que los especialistas llaman “ruido blanco”, ese que tiene todas las frecuencias, y todas a la misma potencia, como el ruido de fondo de una máquina. Lo peor de la bronca, como sucede con el “ruido blanco”, es que impide escuchar otros sonidos, e incluso provoca somnolencia. Algo así está pasando con España puede, el plan que el Gobierno enviará a la UE para recibir financiación del programa Next Generation UE. Quedó claro hace un par de semanas en la sesión de control al Gobierno. Aitor Esteban preguntaba a Pedro Sánchez sobre la gestión de dicho plan, pero el barullo montado por los conservadores no sólo restó protagonismo a la interpelación sino que prácticamente la hizo desaparecer de las crónicas posteriores.
España puede comienza diciendo que es un proyecto de país. Es decir, algo que trasciende al Gobierno, a los partidos que lo componen e incluso al Parlamento. Un proyecto de país se construye con el conjunto de fuerzas políticas, económicas, sociales, y con la suficiente innovación como para implicar a una sociedad cada vez más plural, algo coherente con su vocación de transformación duradera más allá de una legislatura. Sin embargo, los mecanismos de gobernanza previstos —Comisión Ministerial, Unidad de Seguimiento en la Presidencia del Gobierno, Conferencia Sectorial de Fondos Europeos…— se ubican exclusivamente dentro del ámbito institucional. Otros foros aparecen mencionados pero sin concreción, las fórmulas de seguimiento resultan muy ambiguas, y apenas nada se dice, una vez más, de la evaluación.
Para que este Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia cumpla sus objetivos debe definir qué hay que recuperar, cómo hay que transformar, y de qué forma se consigue la resiliencia. El plan propone cinco principios directores: una gobernanza adecuada, una correcta planificación temporal, la priorización de diez “políticas palanca”, la colaboración público-privada y reformas estructurales. Todos ellos son importantes, pero dejan sin resolver la ecuación fundamental: cómo se maximiza la capacidad transformadora de unos proyectos que necesitan ambición, y que para desplegar su potencial han de ser concebidos por distintos actores que sumen ángulos complementarios de una realidad cada vez más compleja.
Aceleradores de alianzas deberían estar ya funcionando a pleno rendimiento en todo el territorio y en todas las temáticas para desplegar el conocimiento existente. El Estado, en su mejor versión de Estado relacional y emprendedor, tiene una magnífica oportunidad de resignificarse y actualizarse impulsando espacios híbridos de innovación. La sociedad civil camina ya en esa dirección con iniciativas como diadespues.org, Eta Oraint Zer y similares, pero se necesita el incremento de escala que sólo las políticas públicas pueden dar.
España podrá si es capaz de innovar no sólo en los objetivos y en las acciones, sino fundamentalmente en la forma de articular a todos los agentes políticos, sociales y económicos, y hacerlo con ambición, transparencia y un riguroso proceso de evaluación continua que acompañe el recorrido.
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