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Columna
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Viaje a la mente de Isabel Díaz Ayuso

Entenderla llegó a convertirse en un asunto crucial para mí, quizás porque sentía que tenía mi vida en sus manos

Nuria Labari
La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, este viernes durante una rueda de prensa en Madrid.
La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, este viernes durante una rueda de prensa en Madrid.JuanJo Martín (EFE)

Hay muchas cabezas en las que me gustaría pasar veinticuatro horas. Pagaría mucho dinero por vivir un día en la mente de Anne Carson, por ejemplo, para escribir uno solo de sus versos. O en la de Jeff Bezos, para saber a qué quiere jugar con este mundo nuestro. Sin embargo, si en los últimos meses me hubieran dejado elegir, de entre todos los cerebros habría escogido el de Isabel Díaz Ayuso. Entenderla llegó a convertirse en un asunto crucial para mí, quizás porque sentía que tenía mi vida en sus manos. Hoy por fin veo la luz. Cuando por primera vez he dejado de juzgarla y me he esforzado en entenderla. He comprendido que estaba prestando más atención a lo que Díaz Ayuso decía que a lo que nos estaba contando. Como si no supiera leer un buen libro. Sin embargo, la historia no podía ser más clara ni estar mejor escrita.

El cuento de Díaz Ayuso, tradicional y conservador como no podía ser de otro modo, comienza con la imagen de una mujer disfrazada de virgen. El gesto lánguido y suplicante como las primeras princesas Disney, pero cambiando el vestido rosa por el luto riguroso. Imposible olvidar aquel comienzo apoteósico en que Díaz Ayuso se disfrazó de Dolorosa para suplicar al Gobierno de España que permitiera a la Comunidad de Madrid pasar a fase 1 y hacer como si la pandemia no existiera. Ya entonces quedó claro que el cambio de fase era para ella un auténtico salto de fe.

Por aquel entonces, la presidenta vivía en un palacio. Concretamente, se había alquilado una Royal Suite con dos espléndidas terrazas sobre el centro de la capital para trabajar y un apartamento extra para dormir. Aquel confinamiento deluxe causó mucho revuelo en el reino y se investigó a fondo para averiguar si había o no corrupción en su hospedaje. Como si el hecho de pagar la suite de su bolsillo pudiera legitimar su falta de empatía y solidaridad con la ciudadanía. Entonces no supe leer que lo importante para este cuento no era la factura.

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Después llegó la fase 2, ésta sí antes de tiempo. Y sin rastreadores ni garantías suficientes (que es la razón por la que estamos aquí) Madrid cambió de fase sin cumplir con las condiciones mínimas, sabiendo lo que había que hacer y haciendo justo lo contrario. El Gobierno de España consintió de forma irresponsable en pleno estado de alarma, aunque esa es una historia mucho más fácil de entender. Al rey del reino contrario le pareció bien dejar que se equivocara la princesa de la Suite. Que grite alarma cuando necesite ayuda, pensó. ¡Ella será quien me ponga la corona cuando tome su reino! Debo reconocer que Sánchez tiene un pensamiento mucho más convencional que el de mi señora.

El caso es que, a diferencia de la evidente ambición de Sánchez, Díaz Ayuso parecía actuar movida por convicciones íntimas perjudicándose a sí misma, además de a todos sus súbditos, con cada nueva decisión. Porque lo más importante de esta historia, queridos niños, es que la heroína, eligió actuar siempre conforme a sus creencias. Pasara lo que pasara ella jamás las traicionaría. Y, por encima de cualquier cosa, nuestra protagonista creía en la libertad. Y ésta y no otra es la clave del cuento. Porque las creencias, a diferencia de las opiniones o la ideología, no se pueden modificar por más tiempo que pase, información que se reciba o razonamiento que se impute. Las creencias son estructuras cerradas. Y la presidenta de la Comunidad vivía confinada en las suyas.

Y de aquellas creencias, estos lodos. La primera consecuencia de su fe es que Isabel Díaz Ayuso pensó que podía hacer lo que le diera la gana en todo momento. Como alquilarse una suite en pleno confinamiento, por ejemplo. La segunda es que nuestra heroína gobierna convencida de que todo el mundo puede hacer a su vez lo que quiera. Tanto es así que ha asegurado que los contagios en la Comunidad se están produciendo por “el modo de vida que tiene la inmigración en Madrid”. Tan fuertes son sus convicciones. Quiero aclarar que cuando dijo esto, nuestra protagonista no pretendía ser racista. Lo que pasa es que ella cree que la gente es tan libre de alquilarse una Royal Suite en la Gran Vía como de vivir hacinada en Carabanchel, claro que sí. Y es solo por el uso irresponsable de la libertad que hacen algunos, principalmente los pobres, por lo que hemos llegado hasta aquí.

Porque en un mundo libre, como el que esta mujer defiende y nos regala, la primera responsabilidad del pobre es el hecho de serlo. Después de todo, si quisiera ser rico, podría haber estudiado o trabajado más o más duro. Y ¿acaso no es este un país libre? ¡Qué duda cabe! Y además lo es gracias a ella, que va a defender nuestra libertad hasta la muerte. Y esto, por lo que parece, va en serio.

Entonces ¿no será cada uno responsable de su “modo de vida”? Por supuesto, señoría. ¿No tiene la presidenta la mejor de las intenciones cuando responsabiliza a los inmigrantes del tamaño de sus casas? No podía ser de otro modo. ¿Puede alguien imaginarse lo que significa para nuestra heroína haber restringido el ocio nocturno? ¿Acaso nadie puede ponerse en su lugar? Quienes viajan hacinados en Metro cada día lo hacen porque quieren. Podrían ir en coche o en calesa, ¿por qué se empeñan en ese ridículo modo de vida? Pero ay de quien pretenda tomarse un cóctel en la calle Serrano. A ese le ha coartado su libertad nuestra presidenta atentando incluso contra sus creencias. Tal es su amor por el pueblo de Madrid.

Bien, al rey lo conocemos todos. A Isabel por fin la entiendo mejor. Y ahora sí. Sólo hay una cosa que puedo decir. ¡Vivan las caenas y muera la Nación! Que alguien me libre de la libertad del Reino de Madrid.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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