Iniquidades
No hemos olvidado la forma en la que el triste virus se ha cebado (se ceba aún) en aquellas zonas del cuerpo social menos favorecidas por su riego sanguíneo
Si los años transcurridos desde el advenimiento de la democracia formaran un esqueleto, la corrupción sería su tuétano. Ninguno de los partidos que ha gobernado desde entonces se ha librado de ella, quizá ni siquiera lo ha intentado en el convencimiento de que, como decía el otro, la corrupción es el aceite del sistema. Todos, sin embargo, se han tirado a la cabeza el famoso “y tú más”, ya que ninguno niega la propia, aunque le parece escasa comparada con la ajena. Sobre ese esqueleto hemos ido sobreponiendo las diferentes capas que conforman el cuerpo social, desde los músculos hasta la piel. ¿Qué dirán los anatomistas del futuro de ese cuerpo?
Mientras se ponen a ello, nosotros hemos tomado nota, por ejemplo, de lo ocurrido en algunas residencias de ancianos cuyas habitaciones parecían celdas medievales en las que nuestros viejos y viejas agonizaban y expiraban solos en una atmósfera de abandono absoluto, disolviéndose en sus propios humores. Junto a esas imágenes, ofrecidas por los telediarios, se nos detallaban los beneficios económicos proporcionados por ese abandono a las empresas privadas favorecidas por el dedo de las instituciones públicas responsables del cuidado de los mayores. No pocas de esas compañías cotizaban, increíblemente, en la Bolsa. Tampoco hemos olvidado la forma en la que el triste virus se ha cebado (se ceba aún) en aquellas zonas del cuerpo social menos favorecidas por su riego sanguíneo. Barrios obreros en los que la peste entraba (y entra) con una violencia criminal, poniendo al descubierto las desigualdades inicuas sobre las que nos hemos erigido. ¿Constituyen estas revelaciones un modo de corrupción legal? ¿Forman parte del tuétano del esqueleto al que nos referíamos más arriba?
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