La incompetencia y el azar
Hacer política es tratar con las cosas, no esconderse tras las complicidades ideológicas
El genuino objeto de la actividad política, “el trato con las cosas”, queda con demasiada frecuencia aplastado por “la huera y redundante contienda entre sujetos” y termina así abandonado a “la incompetencia y al azar”, apuntaba Ferlosio en uno de sus artículos. Y en esas seguimos. Lo que ocurre ahora es que el golpe de la pandemia no solo se ha llevado a miles de personas por delante, sino que ha dejado a la economía tiritando. Lo urgente y necesario, por tanto, sería meterse más que nunca a fondo con las cosas, buscar salidas, analizar si los pilares que sostienen un modelo maltrecho tienen que cambiar y de qué manera. Hace falta pensar hacia dónde va a tirar este país en los próximos años, y cómo hacer para que no quede varado y pierda el impulso con el que Europa quiere afrontar la reconstrucción. Son palabras mayores que exigen claridad de ideas, proyectos de muy distinto pelaje y discutir la manera de construir ese “trato con las cosas”: hacer política. Pero, una vez más, son los sujetos los que se afanan por llenar el primer plano trayendo consigo a cuestas su ristra de singularidades. Qué bueno sería escuchar en el Parlamento sugerencias distintas para enfrentarse a la crisis, pero lo que están haciendo los políticos es enredarse en sus viejos conflictos identitarios.
Es cierto que para lidiar con los hechos cada partido llega con su propia mirada sobre el mundo, sus prioridades, su estilo. Y es que para poder ejecutar un proyecto en una sociedad democrática hace falta primero ganar las elecciones y para hacerlo es inevitable sacar pecho y subrayar lo que distingue a cada uno de los demás. Luego llega una minúscula criatura como el coronavirus y empuja a los políticos contra las cuerdas: para aplanar la curva de contagios se ha visto que no cuenta mucho ser de izquierdas o de derechas, nacionalista o antinacionalista, conservador o progresista, liberal o autoritario. Siempre habrá matices, pero en todas partes las recomendaciones, para el momento en el que estamos, son las mismas: higiene, distancia entre unos y otros, mascarilla. Hubo otra fase de la crisis sanitaria que obligó a Gobiernos de ideologías muy diferentes a proponer una única solución, confinar a la gente en sus domicilios, con lo que los márgenes para distinguirse se terminaron diluyendo.
Es posible que cuando las respuestas a un problema concreto tienden a parecerse mucho, los políticos se van corriendo a esa “huera y redundante contienda entre sujetos” para emborracharse con la complicidad de los suyos. Pero es eso lo que podría resultar dramático en esta situación. Lo que toca ahora no es exhibir los medallones ideológicos, sino afinar las respuestas frente a unos desafíos de enorme envergadura.
Contaba Hannah Arendt medio de pasada en uno de sus ensayos que, “en la insana atmósfera de la publicidad desbocada”, “la mitad de la política es ‘creación de imágenes’, y la otra mitad el arte de hacer creer a la gente en dichas imágenes”. Los hechos pasan a segundo plano, solo importa la propaganda. Ese ensayo se titula La mentira en política. En este momento, quizá la mayor mentira sea justo la de creer, y la de hacernos creer, que es suficiente con armar ese teatrillo. Perseverar en él quizá sea lo más peligroso. No debería abandonarse de nuevo la política —la negociación de los Presupuestos, por ejemplo— a “la incompetencia y al azar”. Este país se la está jugando.
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