Coronavirus, ciencia y universidades
La terrible pandemia debería suscitar un cambio de políticas que permita crear una sociedad donde la educación y la ciencia sean fundamentales para el desarrollo frente a las desigualdades
Estamos viviendo una de las peores crisis de la historia moderna, con un impacto global y unos efectos devastadores y especialmente dolorosos. A pesar de la respuesta ejemplar de muchos profesionales, la crisis de la covid-19 ha demostrado la fragilidad de nuestras estructuras básicas y la ausencia de capacidad de anticipación. Incluso varios meses después de finalizar el estado de alarma, y a pesar de la experiencia ya acumulada, la gestión de la pandemia genera muchas dudas y preocupación.
Durante estos meses se ha producido un hecho que en nuestro país es novedoso, todos hemos vuelto la mirada a la ciencia, a los científicos. Para entender las causas y evaluar la evolución de la pandemia, se mira con expectativas a la ciencia. Los científicos se han convertido en actores esenciales, y se depositan en ellos muchas esperanzas para salir pronto de esta crisis. También para justificar las decisiones que se toman, se afirma con rotundidad que están basadas en los datos y las previsiones que aportan los científicos. La enfermedad, que hoy en día despierta tantas incógnitas, se comprenderá cuando la ciencia estudie con profundidad al virus, y los efectos que provoca en las personas infectadas. La sociedad española es consciente, quizás por primera vez, de que nuestra vida, de que nuestro futuro, depende en gran medida de la ciencia. En consecuencia, ciencia y científicos ocupan portadas de periódicos, titulares de noticias y han pasado a formar parte del vocabulario político.
Desgraciadamente, nuestro país ha menospreciado la investigación y la ciencia durante mucho tiempo, demasiado tiempo. La estructura de la ciencia española es en consecuencia extremadamente débil, con un número enorme de carencias y de problemas. Por citar sólo algunos: carrera profesional mal definida, alto índice de precarización, edad media del personal muy elevada, infraestructuras que van quedando obsoletas, gestión burocratizada y anticuada y procedimientos que dificultan la captación y promoción del talento y ausencia de recursos. En el colmo del desacierto y el desafecto hacia la ciencia, durante la crisis de 2008, mientras el resto de los países de nuestro entorno aumentaban su inversión en investigación e innovación, con la seguridad de que era la mejor inversión para poder superarla, en España se decidió aplicar una importante reducción, de tal forma que actualmente el presupuesto dedicado a ciencia en España representa sólo el 1,24% del PIB, a una distancia enorme de la media de la Unión Europea, que se sitúa en 2,11%. La explicación de este dato vergonzoso no hay que buscarla en el potencial económico de nuestro país. Si tomamos los valores medios de la UE-28 como índice 100, la renta per cápita española alcanzaría los 91 puntos, mientras que la inversión en I+D por habitante se quedaría en 49 (informe COTEC 2020).
Una institución que sufre especialmente esta situación es sin duda la universidad. Más del 70% de la investigación de nuestro país se realiza en las universidades, que sufren por tanto de un modo directo la falta de atención a la ciencia. Es indiscutible que el futuro de un país depende en gran medida de su sistema educativo, que incluye a su educación superior, a su sistema universitario. Por ello, resulta casi increíble que el gasto de España en educación superior, 1,28% del PIB, sea el más bajo de los 34 países de la OCDE que suministran información, y cuyo valor medio se sitúa en el 1,52%. No es de extrañar que el sistema universitario español se encuentre en una situación muy complicada y necesite una decidida y urgente reforma, una apuesta basada en la confianza, con el foco puesto en el medio plazo, con cambios estructurales valientes y decididos, con un plan de renovación de una plantilla envejecida basado en la captación de talento, con una puesta en valor de su papel dinamizador de la sociedad a todos los niveles, generación de conocimiento, formación de profesionales comprometidos con la sociedad, transmisor de valores, impulsor de la innovación, fuente de cultura y agente esencial para la equidad y el equilibrio social.
La respuesta de las universidades en la crisis de la covid-19 ha sido muy notable. En muy poco tiempo se ha transformado su modelo de docencia presencial en docencia a distancia, de tal modo que el curso académico 2019-2020 finalizó con una alteración mínima sobre el calendario previsto. Numerosas líneas de investigación se han reconvertido y focalizado en la lucha contra la covid-19. En el entorno sanitario y de impacto social se han puesto en marcha numerosas iniciativas solidarias que se han ofertado a la comunidad universitaria y a la ciudadanía. Para el curso 2020-2021, los planes de actuación están preparados, con una apuesta general por la docencia mixta, presencial y a distancia. No hay duda de que la universidad española ha sabido estar a la altura de las circunstancias, y al igual que ha sucedido con la ciencia, nuestro país ha mirado con respeto, incluso con admiración, a sus universidades. Curiosamente, la pandemia ha transformado el desafecto histórico de nuestro país a la ciencia y a las universidades en afecto, siendo por primera vez en mucho tiempo consciente de la importancia que tienen.
¿Cuál será la respuesta de nuestro país cuando el virus haya sido vencido y la pandemia haya finalizado? ¿Se volverán nuestros políticos a poner las gafas de distancia corta y la inversión pública se destinará exclusivamente a medidas urgentes? El plan de choque para la ciencia y la innovación aprobado por el Gobierno abre sin duda una ventana a la esperanza, pero la desafortunada separación de ciencia y universidades en dos ministerios y el panorama político actual no invitan precisamente al optimismo.
Sin embargo, la oportunidad que tenemos es histórica. Europa está decidida a realizar una apuesta sólida de futuro con un plan estratégico 2021-2027 basado en la transición hacia una Europa verde, la transformación digital y la apuesta por el conocimiento y la innovación. El proyecto de las Universidades Europeas, donde se están desarrollando planes conjuntos entre universidades de diferentes países, es ya una realidad ilusionante. La generación de ecosistemas innovadores donde participen universidades, centros de investigación, centros tecnológicos, empresas, administraciones públicas y ciudadanía, va a permitir una integración de ciencia, universidades y tejido social. Es necesario más que nunca invertir en ciencia y en educación superior, invertir en futuro. No hacerlo sería un suicidio, un fraude a nuestros ciudadanos. La terrible pandemia que estamos sufriendo debería suscitar un cambio de políticas, pero sobre todo un cambio de actitud que permita crear una sociedad basada en la economía del conocimiento, una sociedad bien preparada para afrontar el futuro con optimismo. Una sociedad donde la educación y la ciencia sean los elementos fundamentales para el desarrollo social y económico frente a las desigualdades.
La ciencia, la educación superior y la sociedad quieren caminar juntas. No perdamos esta oportunidad.
Rafael Garesse es rector de la Universidad Autónoma de Madrid.
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