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Columna
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Un bolchevique en la Casa Blanca

Los reiterados abusos de poder de Trump revelan un uso de las instituciones como si fueran su propiedad privada, con la exclusión absoluta de la idea de una alternancia

Lluís Bassets
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante una rueda de prensa.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante una rueda de prensa.Andrew Harnik (AP)

Ni una concesión. El objetivo es romper la coalición que pretende armar Joe Biden, abarcando desde Bernie Sanders hasta los republicanos moderados. No lo hará con gestos de reconciliación y apaciguamiento. Menos todavía alentando la unidad nacional. Ni siquiera le servirá la compasión hacia las víctimas de la violencia policial. Todo esto le corresponde al candidato demócrata.

Ley y orden es la consigna. Identificar la destrucción y los saqueos con las manifestaciones antirracistas. Solidarizarse con los propietarios de los negocios incendiados y dar esquinazo a las víctimas de la policía. Convertir en derecho al error las actuaciones policiales contra ciudadanos negros desarmados. Suscitar indulgencia con los crímenes de las milicias de extrema derecha, cubiertos por el derecho a portar armas y a defenderse. Todo aderezado con teorías de la conspiración promovidas desde la misma presidencia.

Esta estrategia incendiaria pretende desalentar al voto moderado, para que desista o le vote como último refugio antes de la guerra civil. En vez de competir por la centralidad, desplazarse aparatosamente hacia la derecha, con el marchamo que ofrece la Casa Blanca, utilizada en contravención de la ley esta pasada semana como escenario de la Convención Republicana.

Donald Trump llega así con las manos vacías a su segunda cita electoral. Nada puede esperar de una súbita recuperación económica. Su nula credibilidad respecto a la pandemia no tiene remedio, aunque persista en sus absurdas esperanzas de una vacuna para antes de noviembre.

Nada ha hecho, y nada podía hacer quien solo sabe deshacer, excepto sentarse en el Despacho Oval y actuar como un mimo de gestos presidenciales. El único balance digno de tal nombre, que le agradecen sus seguidores, radica en la concentración de poder en sus manos, con elusión de la división de poderes, los controles y los contrapoderes, del Congreso, de los Estados, de las autoridades independientes e incluso de los medios de comunicación, y el correspondiente incremento del poder republicano, especialmente en la justicia.

La derrota no entra en sus previsiones. Es explícita su voluntad de obstaculizar el voto por correo, para dificultar la participación en condiciones de pandemia, alargar el escrutinio y convertirlo en un embrollo de litigios judiciales inextricable. Nunca se ha comprometido a aceptar pacíficamente unos resultados adversos. Sus reiterados abusos de poder hasta la Convención Republicana misma, revelan un uso de las instituciones como si fueran su propiedad privada, con la exclusión absoluta de la idea de una alternancia.

Trump retrata como bolcheviques a los demócratas, pero concibe la democracia como la concebía el bolchevismo, el espantajo que agita: un instrumento deleznable para alcanzar el poder, a liquidar una vez obtenido para no perderlo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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