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Columna
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La conjura de los irresponsables

Algunos gobernantes están más tiempo evitando el coste político de gestionar la pandemia que asumiendo la responsabilidad de hacerlo

Pablo Simón
Manifestación contra el uso obligatorio de mascarillas en la plaza de Colón de Madrid.
Manifestación contra el uso obligatorio de mascarillas en la plaza de Colón de Madrid.Jesús Hellín (Europa Press)

Hace pocos días se publicó una encuesta comparada de Pew Research sobre la gestión de la pandemia. Sólo en dos países, Reino Unido y EE UU, la mayoría de la población piensa que su Gobierno lo ha hecho mal. Para España el sondeo dibuja una curiosa paradoja: hay una mayoría de los españoles, el 54%, que piensa que la crisis se ha gestionado bien, pero, al mismo tiempo, ocupa la tercera posición en evaluaciones negativas, el 47%. Unos datos parecidos, aunque con ligera ventaja de los críticos, a los publicados por YouGov entre los meses de marzo y junio.

Los datos objetivos sobre la pandemia son incontrovertibles. Somos el país con mayor índice de contagios de toda Europa. Por más que la segunda ola se pudiera anticipar y se replique en el Viejo Continente, en España ha golpeado antes y con mucha mayor intensidad. Para explicar esta situación se recurre a justificaciones perezosas, como la irresponsabilidad de los jóvenes (debe ser que en Italia o Grecia no los hay), o se descarga todo sobre la responsabilidad individual (pese a que somos de los más cumplidores en mascarillas o distancia social de Europa). Hay una percepción de administraciones desbordadas y en ninguna comparativa salimos bien parados.

Sin embargo, España sigue dividida por la mitad respecto a la gestión y sin apenas alteraciones desde el inicio de la emergencia sanitaria, algo que quizá se relacione con dos elementos. El primero es la estrategia de la polarización política. Los rechazos cruzados entre electores, alentados desde medios y partidos, son ideales para evitar la rendición de cuentas. De un lado, porque intensifican el uso de atajos partidistas e ideológicos para interpretar y filtrar la información de la crisis que estamos padeciendo. Del otro lado, porque mueven el debate público hacia el quién y no al qué. Es decir, discutimos mucho sobre el proponente y poco la eficacia de la política concreta.

El segundo elemento es la propia estructura del Estado autonómico, que facilita la dispersión de responsabilidades. La escasa coordinación horizontal e intersectorial, la ausencia de lealtad federal, facilita comportamientos oportunistas. Hay incentivos para que los gobiernos de diferentes partidos acusen a otro nivel administrativo de la mala gestión. Gracias a esto, los votantes siempre pueden buscar un gobierno de signo político contrario al que culpar del desgobierno y eso, de nuevo, permite reforzar el blindaje partidista.

Quizá esta combinación nos indique por qué terminamos respondiendo a la pandemia con medidas más efectistas que efectivas. Después de todo, algunos gobernantes están más tiempo evitando el coste político de gestionar que asumiendo la responsabilidad de hacerlo. Debemos romper con esta trampa perversa. Hemos perdido muchas vidas. Sigue habiéndolas en juego. Por favor, ya basta.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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