Malí, país estratégico
El golpe de Estado agrava la inestabilidad de una región debilitada por el terrorismo
No hay golpe militar bueno. Ni siquiera, como es el caso de la República de Malí, cuando se trata de derrocar un Gobierno corrupto e incompetente, salido de unas elecciones celebradas en medio de una guerra contra el yihadismo y en condiciones de pandemia. No importa tampoco que la población lo exija, siguiendo la moda de unos golpes cívico-militares en los que las manifestaciones populares encuentran el apoyo decisivo de los carros armados. El presidente depuesto, Ibrahim Boubacar Keita, fue elegido en 2018 en la segunda vuelta de las elecciones frente a un eterno aspirante, Soumaila Cissé, luego secuestrado durante la campaña de las elecciones generales de 2020 por uno de los grupos yihadistas que proliferan en la región.
Este ha sido el primer golpe de Estado militar en medio de la crisis sanitaria en un continente y un país demasiado habituados a los golpes militares. Las elecciones generales que reforzaron al presidente fueron también unos extraños comicios, celebrados con muy baja participación, en condiciones de pandemia y, lo que es peor y todavía más endémico, bajo una amenaza terrorista que afectó a los candidatos. Es urgente que los militares que ahora han tomado el poder dejen la convocatoria de unas próximas elecciones generales en manos de los civiles. No son más de fiar los militares que los civiles, ya no en cuestiones de corrupción, sino sobre todo de derechos y libertades individuales. El vacío político que vive el país, especialmente las regiones del norte dominadas por guerrillas islamistas aliadas a los nacionalistas tuaregs, no representa la situación más propicia para que el restablecimiento de la democracia no se limite al formalismo con frecuencia trucado de llenar unas urnas con papeletas.
En el caso de Malí, el fermento terrorista, vinculado a la presencia de Al Qaeda y el Estado Islámico en esta región de África, tiene una especial trascendencia y es el que ha motivado la presencia de la misión militar de la Unión Europea, en la que participan 220 soldados españoles. Este país del Sahel ocupa una posición trascendental en los movimientos no tan solo de los grupos terroristas, sino también de las mafias de tráfico de inmigrantes a través del continente africano y especialmente en la conexión con los países mediterráneos.
La preparación y el entrenamiento de un ejército como el de Malí, que acaba de acometer una acción golpista, difícilmente pueden ser asimilados con normalidad por los responsables internacionales que las tienen a su cargo. De ahí la exigencia de un inmediato regreso a la legalidad constitucional y del retorno al poder civil, condiciones indispensables para una estabilidad de la región que nunca podrá ser garantizada únicamente por los esfuerzos de una fuerza internacional de Naciones Unidas.
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