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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vuelta al cole

La flexibilidad es necesaria para garantizar el control de los rebrotes

Dos mujeres llevan de la mano a un niño de camino al colegio.
Dos mujeres llevan de la mano a un niño de camino al colegio.Claudio Álvarez

El Gobierno y las comunidades autónomas tienen previsto celebrar una Conferencia de Presidentes a finales de agosto para tratar una difícil cuestión: la vuelta al colegio que empezará a partir del 10 de septiembre. Ya cuentan con unos protocolos, pero fueron acordados hace mes y medio y sobre la suposición de que el curso empezaría en una situación de relativa estabilidad virológica, o “nueva normalidad”. La reactivación de las curvas epidémicas, que algunos científicos consideran ya los albores de una segunda ola, están arruinando día a día esa hipótesis de partida. Como existe un amplio consenso entre los pedagogos en que las clases presenciales son necesarias, entre otras cosas para no agravar la brecha digital entre las familias más y menos favorecidas, la suspensión o el retraso de la apertura del curso no parece una opción. Así que los políticos van a tener que hilar muy fino para organizar unas clases presenciales seguras para el profesorado, los niños y sus familias.

Mirar a la experiencia de otros países que ya han iniciado el curso sería normalmente una buena idea, pero en este caso resulta una nueva fuente de desasosiego. Los niños alemanes han vuelto a clase con mascarilla e incorporaciones escalonadas a los centros, pese a lo cual los contactos en la entrada fueron inevitables, y dos escuelas del Norte han tenido que cerrar por nuevos contagios. Escocia ha puesto el acento en que los niños se laven las manos y no ha aumentado el distanciamiento entre pupitres, porque la autoridad sanitaria aduce que los menores se contagian menos y transmiten menos el virus, lo que dista de estar claro.

El distanciamiento de los pupitres sí que resulta clave para los finlandeses, que han limitado la clase a 15 alumnos y el comedor a 50, a veces a costa de invadir el gimnasio. Otros países han tirado la toalla y se han resignado a dar parte de las clases de forma telemática. La pauta es que no hay pauta, aunque una medida bastante generalizada es que los alumnos formen burbujas, grupos fijos para ir a clase y al comedor. Un problema más serio puede ser mantener esas burbujas en el recreo o en el transporte de vuelta a casa. Todo el mundo da por hecho que habrá brotes en las escuelas, y el reto es limitarlos, detectarlos y confinarlos.

Incluso este panorama tan heterogéneo, sin embargo, ofrece lecciones que las Administraciones españolas deben considerar. La mera heterogeneidad de la experiencia internacional indica que los protocolos no pueden ser rígidos, porque deben adaptarse no ya a cada comunidad autónoma, sino incluso a cada escuela. Hay colegios en el centro de las ciudades que lo van a pasar mal para garantizar el distanciamiento y el efecto burbuja. Hay comunidades autónomas, y hasta comarcas dentro de una provincia, que exhiben muchos más casos que las demás, y no es lo mismo abrir una escuela en una que en otra. Habrá colegios que sufran rebrotes y tengan que cerrar por un tiempo, sin que eso afecte necesariamente o todos los demás. A situación cambiante, regulación flexible.

Lo peor que podría ocurrir, con todo, es que la vuelta al cole se convierta en el enésimo motivo de tensión territorial o en una nueva arma arrojadiza para la táctica partidista. Al igual que la salud, la educación es demasiado importante para tomársela tan a la ligera.


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