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Tribuna
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El quebradero de cabeza ecológico de un país rico

Suiza no redujo en 2019 las emisiones derivadas de los carburantes con respecto al año anterior

Virginie Taha-Lenk
Reserva natural en Les Plans-sur-Bex, Suiza.
Reserva natural en Les Plans-sur-Bex, Suiza.ANTHONY ANEX (EFE)

Hablar de política medioambiental en un país que parece salido de una postal es un arma de doble filo. La calidad de vida en Suiza descansa en la idea de una naturaleza intacta. El “castillo de agua” de Europa concita envidias por la limpieza de sus fuentes. Las emisiones de gases de efecto invernadero se han reducido considerablemente en los últimos 30 años gracias a las medidas adoptadas en todos los ámbitos, desde el municipal hasta el federal. La biodiversidad recibe un amplio apoyo de los planes de acción y de los recursos financieros. En resumen, Suiza es ese pequeño paraíso de marmotas y de íbices en el corazón de Europa, donde la degradación del medio ambiente parece detenerse como por arte de magia en las fronteras de nuestros vecinos.

Pero Suiza es también ese país rico con un elevado consumo de energías fósiles que no alcanzará el objetivo nacional establecido para 2020 de reducir un 20% sus emisiones de CO2 con respecto al nivel de 1990. En un amplio estudio que ha publicado hace poco la Oficina Federal del Medio Ambiente suiza se pone de manifiesto que, a pesar del creciente uso tanto de biocombustibles como de automóviles eléctricos, el país helvético no logró reducir en 2019 las emisiones derivadas de los carburantes con respecto al año anterior. Los helvéticos poseen un acusado gusto por unos vehículos cada vez más grandes y potentes. En Suiza, los todoterrenos representan casi la mitad del parque automovilístico, frente a un tercio de media en los demás países europeos.

Somos también uno de los Estados europeos que más gasóleo consume en calefacción. En la actualidad, únicamente el 1% de las instalaciones se renuevan cada año. A este ritmo, se necesitaría un siglo para sanear todas las construcciones del país. A pesar del incremento de las bombas de calor, el potencial de reducción de las emisiones en este terreno es inmenso.

Si bien las presas hidroeléctricas generan la parte fundamental de la producción de electricidad (casi el 60%), Suiza solo cubre el 4,2% de sus necesidades con las energías solar y eólica, frente al 33% de nuestros vecinos alemanes o el 50% largo de los daneses. Todas estas cifras hacen que en los últimos años nuestro país haya descendido hasta el puesto 16º de la clasificación anual del Índice de Actuación frente al Cambio Climático, una herramienta independiente para vigilar las actuaciones de los países en materia de protección del clima. Falta ambición y se puede hacer mejor, dicen los expertos…

El medio ambiente, promovido por la reciente marea verde de las elecciones federales, se ha convertido en un tema central para nuestro Gobierno, al que es preciso reconocer el mérito de mantener su compromiso con el Acuerdo de París y de colaborar en este sentido con la política de la Unión Europea, e incluso ir más allá. Mientras lleva a cabo estudios de valoración del CO2 para retirarlo de la atmósfera o transformarlo con el fin de neutralizarlo —tecnologías que las empresas helvéticas de reciente creación dominan—, su principal objetivo sigue siendo limitar a 1,5 grados el aumento de la temperatura de aquí a 2050. La revisión de la ley sobre el CO2 que se está debatiendo ahora propone imponer un tributo de hasta 100 euros a los billetes de avión. La gasolina se incrementará en 10 céntimos de euro. El impuesto sobre el gasóleo, limitado ahora a 110 euros por tonelada de CO2, prácticamente se duplicará. Todas estas imposiciones fiscales nutrirán un fondo para el clima, uno de cuyos objetivos es asimismo lograr unas finanzas más ecológicas. Sin embargo, la suerte de esta revisión, atacada ahora por los grupos de presión conservadores, estará sin duda en manos de la población, pues así lo exige la democracia directa. Y dado que estos impuestos perjudicarán a las regiones periféricas (igual que sucedió en Francia con los chalecos amarillos), el resultado de semejante votación es más que incierto.

Por último, hay un punto crucial en la lucha contra el calentamiento global del que se sigue hablando muy poco en Suiza: lo mismo que todos los ricos del mundo, el país externaliza de manera masiva su huella ambiental. Es el país con las emisiones importadas más altas en comparación con sus emisiones territoriales. El CO2 emitido en el extranjero para producir los bienes de consumo que los suizos importamos representa, en efecto, el 70% de nuestra huella ambiental. Este es el lujo de un pequeño Estado de 8,5 millones de habitantes, pero cuya economía tiene el tamaño de la de un país de 40 millones y está basada en gran medida en los servicios y productos de alto valor añadido. Desempeñar un papel más ambicioso en la lucha contra el cambio climático en el ámbito mundial inevitablemente exigirá decisiones más radicales. Y esta es la paradoja de un país rico: cómo lograrlo sin correr el riesgo de empobrecerse.

Virginie Taha-Lenk es periodista de Tribune de Genève.

Traducción de News Clips.

© Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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