_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desmontando a Frankenstein

Si aquella expresión se convirtió en un hallazgo fue precisamente por el acierto para definir, de un brochazo, la realidad: una unidad monstruosa con partes pespunteadas de distinto origen; y destinada, claro, a acabar mal

Teodoro León Gross
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,  este viernes el monasterio de San Millán de Yuso, en San Millán de la Cogolla.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este viernes el monasterio de San Millán de Yuso, en San Millán de la Cogolla.Chema Moya (EFE)

Si aquello del Gobierno Frankenstein se convirtió en un hallazgo —salido del cerebro luminoso y ladino de Alfredo Pérez Rubalcaba— fue precisamente por el acierto para definir, de un brochazo, la realidad: una unidad monstruosa con partes pespunteadas de distinto origen; y destinada, claro, a acabar mal. Con todo, ese Gobierno, más allá de ser legítimo, se ofrecía como una oportunidad para mover el statu quo y reconducir la cuestión territorial en los años duros del procés. Es verdad que la pandemia del coronavirus alteró el escenario, sí, pero en principio hacia un marco propicio para los consensos. Y no ha sido así. Estos últimos meses han bastado para comprobar que con esos mimbres es muy difícil operar con fiabilidad y cierta estabilidad. Y esto, ante una contracción de la economía a escala de la Guerra Civil, es una fatalidad. No hay compromiso. Basta ver cómo se han rajado los nacionalistas de la Conferencia de Presidentes, en el caso catalán para aferrarse a su campaña perpetua y en el del PNV para otra negociación bilateral oportunista, aunque al final Iñigo Urkullu haya aparecido por San Millán de la Cogolla. Los elogios al PNV, a menudo merecidos en términos de estilo, suelen obviar que los nacionalistas vascos casi siempre hacen un buen negocio. Para el resto de España quedan los trágalas y poco más.

El presidente Pedro Sánchez, esta semana, ha expresado hartazgo hacia el nacionalismo catalán en el Congreso. Lógico. Y en particular hacia Gabriel Rufián, portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), que sigue subiendo a la tribuna como depositario de las esencias de la democracia para acabar cuestionando la legalidad como “agresiones constantes” a Cataluña, toda vez que los presos sintetizan Cataluña. Es delirante. Y más allá del error Bildu para negociar el estado de alarma —cualquier confianza con la serpiente siempre acaba en mordedura envenenada—, el propio Unidas Podemos, socio de Gobierno, está atrapado ahí. Esta semana su líder, Pablo Iglesias, ante la acción judicial, se manifestaba elogiando el compromiso con la democracia de quienes aprobaron leyes ilegales para hacer un referéndum ilegal, el 1-O, que ha provocado la mayor crisis constitucional en la España democrática. Tal como los Comunes, Pablo Iglesias siempre acaba del lado de quienes desafiaron la legalidad, e incluso sembrando dudas sobre la Justicia, léase el Estado de derecho. La mayoría de la investidura, en fin, es un lastre cada vez más inquietante, sobre todo ante el reto de encauzar los Presupuestos Generales del Estado de la peor crisis.

Antes de que Países Bajos pueda tirar del freno de emergencia, deberían hacerlo Nadia Calviño y María Jesús Montero, pero la aritmética presupuestaria choca con la aritmética parlamentaria. No es raro que Pedro Sánchez confíe en que sea Ciudadanos quien encauce las cuentas, aunque incluso ahí el PNV pone palos en las ruedas; pero es imposible imaginar a Sánchez pidiendo al Partido Popular que se una a la mayoría de los presupuestos con Ciudadanos. Eso significaría el fin de Frankenstein pero probablemente también de la coalición gubernamental, que Vox va a rearmar con una moción de censura en el caos de septiembre: campaña de las catalanas, calendario de presupuestos, regreso a las aulas...

Si había alguna opción de colaboración del PP, con esto se bloquea. Este es el laberinto en que está el país. Y la propaganda podrá diferir y distorsionar la percepción de la realidad, pero no va a cambiar la realidad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_