Posdemocracia liberal
El político sabe que hoy la rendición de cuentas y los contrapesos liberales solo existen en la teoría; en la práctica, las polémicas acaban sepultadas por otras noticias y no hay relato que no pueda ser moldeado
Es necesaria una pequeña dosis de ingenuidad para creer en la democracia liberal. Es un sistema antiguo e implantado pero nunca ha dejado de ser, en buena medida, una aspiración casi filosófica. Está siempre en movimiento. Busca el equilibrio, a menudo muy precario, entre la democracia, que es el gobierno de la mayoría, y el liberalismo, que implica la protección de los derechos de las minorías. A veces el sistema se desborda hacia un lado: se vuelve una democracia sin derechos en la que la soberanía popular importa más que los derechos individuales. En España, esto lo hemos visto durante el conflicto catalán. Se usó el argumento del voto como sinónimo de democracia, cuando todos sabemos que en las dictaduras también había elecciones y plebiscitos. En otras ocasiones, el sistema se desborda hacia el otro lado: se vuelve más liberal, tecnocrático y alejado de la ciudadanía. Muchas de las decisiones técnicas que toma el Estado están al margen del electorado.
Estamos viviendo en los últimos años, siguiendo al teórico político Peter Mair, un “vaciamiento” de la democracia liberal: los partidos están cada vez más alejados de la ciudadanía, la política es una especie de teatro simbólico y cultural y la participación en elecciones es baja. En esta posdemocracia liberal, los errores no pasan factura a los líderes políticos, que son expertos en marcos propagandísticos. Un error político es solo un error de ángulo, un relato mal vendido.
Los partidos son simplemente plataformas electorales de políticos influencer, que son simplemente tuiteros reaccionando a las noticias en redes y construyendo sus marcas personales. En las últimas semanas, hemos visto el vaciamiento de Podemos, que se pegó un batacazo en las elecciones vascas y gallegas (como ha escrito Inés Santaeulalia, “nunca tuvo tanto poder y nunca tuvo menos votos”). El partido ha sido siempre un trampolín para promocionar a sus líderes, especialmente a Pablo Iglesias, capaz de sacrificar toda una estructura para obtener un cargo. Si este Gobierno cae, los líderes de Podemos quizá no tengan un partido al que volver. En las elecciones gallegas, Núñez Feijóo obtuvo una mayoría absoluta desprendiéndose de la marca del PP y defendiendo una especie de galleguismo de sentido común. Aunque quizá el mejor ejemplo de vaciamiento de un partido está en el PSOE. Hace unos años, tenía corrientes internas diversas. Hoy es una agencia de relaciones públicas que promociona a su líder.
Si la democracia liberal requiere de un poco de ingenuidad e idealismo, la posdemocracia liberal necesita cinismo. El político sabe que hoy la rendición de cuentas y los contrapesos liberales solo existen en la teoría; en la práctica, las polémicas acaban sepultadas por otras noticias y no hay relato que no pueda ser moldeado. Nadie (solo cuatro periodistas) se acordará de que hoy estás diciendo lo contrario a lo que defendías hace dos semanas. El líder político sabe que en una democracia de audiencia lo único importante es entretener y, sobre todo, no caer en el olvido.
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