El asesino de ídolos
De Philip Seymour Hoffman dio su viuda la mejor definición sobre la adicción: pasó 25 años sin volver a probar el alcohol y la heroína, y cada día tuvo ganas en algún momento
No he matado a ningún ídolo, aunque debería, y cuando entrevisto a alguno soy incapaz de sentir algo que no sea interés por sacarle la mejor información o la mejor conversación posible. Hace años, Donald Sutherland se sentó en una silla para ser entrevistado y, antes de empezar, se dirigió al periodista para decirle: “Hoy estoy especialmente flatulento, lo digo por si notas algo raro“. A ese entrevistador le robó el móvil en su cara Harrison Ford, lo humilló Anthony Hopkins porque ese día, dijo su agente, el actor se sentía “gordo” (y lo estaba, gordísimo; tanto que cuando llegó el momento de las fotos el agente explotó: “¿No le he dicho que está gordo?”) y Tom Hanks le regaló una maleta que resultó estar, cuando al periodista le retuvieron en el aeropuerto, llena de cuchillos (no ayudó que en el interrogatorio dijese que la maleta se la había regalado Tom Hanks; “así que Tom Hanks, ¿y le dijo Tom Hanks lo que tenía que hacer con los cuchillos dentro del avión?”).
El entrevistador se llama Toni García Ramón y ha reunido 20 años de encuentros con celebridades en un libro descarado, hermoso y punk llamado Mata a tus ídolos (Catedral, 2020) en el que no mata a nadie y, en su esfuerzo por desmitificar a las estrellas, termina mitificando a sus padres de tal manera que, al final, de quien queríamos saber más era de ellos, no de Helen Mirren (“¿nunca viste unas tetas, Toni?”). Pero esos pasajes sobre un padre que se descose de risa cuando su hijo vuelve de viaje (se le saltan los puntos literalmente, y esta frase sensacional: “Cuando mi padre murió comprendí por qué me gustaba tanto el cine”) y de una madre a la que su hijo trae recado de la mujer que inspiró Lo imposible para decirle que lo que se encontrará al morir “es tranquilidad”, y la madre muere horas después, son los que convierten un presunto libro de anécdotas en un asunto algo más serio.
Cuando entrevista a Philip Seymour Hoffman por Capote, el periodista de otro medio que acompaña a Toni García Ramón le pregunta al actor si se reunió con Truman Capote para preparar el papel. “Tenía 17 años cuando él murió, por aquel entonces no pensaba en interpretarlo”. De Philip Seymour Hoffman y sus últimos días, que relató su viuda años después, procede la mejor definición sobre la adicción: pasó 25 años sin volver a probar el alcohol y la heroína, y cada día tuvo ganas en algún momento. Una noche se relajó y empezó a tomar una copa al día; lo encontraron muerto con una aguja en el brazo a los 46 años. Fue el hombre perfecto durante un cuarto de siglo. Su mujer dijo: “Yo no entendía que la adicción siempre acecha bajo la superficie, buscando un momento de debilidad para volver a cobrar vida”. Cuando lo supo, y su marido empezó a consumir un poco, ya “sólo esperaba el día que muriese”. A los ídolos no los mata nadie y muchas personas se matan solas, pero morir, muere quien puede. Se lo dijeron a García Ramón en una visita a México organizada por Pixar cuando se rodó Coco; los periodistas llegaron a un colegio, y la maestra preguntó: “Niñas y niños, ¿qué es lo único seguro en la vida?”. Y se levantaron los 300 críos de la silla, al mismo tiempo, gritando en una sola voz: “¡La muerte!”. “¿Va a ser que nos mataron, no?”, le dice un protagonista a otro en Absalon, Absalon! “Pero no podrán con nosotros”.
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