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Columna
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El pentagrama nicaragüense

El monroísmo planetario de EE UU no tiene cura. Pero no hay peor imperialismo que el colonialismo interno de Nicaragua, que se torna violencia opresiva revestido de retórica antiimperial

Juan Jesús Aznárez
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, durante las celebraciones del 41 aniversario de la revolución sandinista en Managua, Nicaragua, el pasado 19 de julio.
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, durante las celebraciones del 41 aniversario de la revolución sandinista en Managua, Nicaragua, el pasado 19 de julio.CESAR PEREZ (AFP)

El interés por el 41 aniversario de la revolución sandinista, que enamoró a medio mundo y hoy espanta, quedó reducido a la mascarilla de Daniel Ortega y a las adivinanzas sobre la estrella pentagonal que decoró la plaza de los discursos, atribuida al esoterismo de Rosario Murillo, tan respetable como la magia renacentista de La Clavícula de Salomón o la narrativa de La gallina negra. Los vivas a Sandino y a la patria, las arengas oficiales de la efemérides, más parecían responsos por una revolución malograda por la adicción al poder de la pareja presidencial y la conculcación de derechos y libertades, conquistados por las milicias sandinistas cuando entraron en Managua tras acabar con Somoza, reconocido por Franklin Roosevelt como un hijo de puta en plantilla.

La solidaridad internacional que ayudó a reducir injusticias sociales en Nicaragua, república bananera hasta 1979, habrá observado amargamente el nuevo cumpleaños del fraude ideológico concebido hace dos decenios, cuando Ortega y el Frente Sandinista de Liberación Nacional perdieron la presidencia a manos de Violeta Chamorro. El FSLN la recuperó en 2006 con una camarilla adueñada del Estado y comprometida a no repetir el error de perder en las urnas lo ganado con las armas. Apenas hubo en democracia en Nicaragua, pero los cimientos para edificarla se hundieron durante la reaccionaria travesía de la pareja hacia su perpetuación en palacio.

El renacimiento de la normalidad institucional no es previsible porque, al igual que en Venezuela, la prioridad es eludirla con represión y engañosas negociaciones. Pero no todo es culpa de la autocracia sandinista y el intervencionismo yanqui: las maquinaciones para capturar elecciones contaron con la complicidad del poder económico, la derecha corrupta de Arnoldo Alemán y la doblez de cardenal Obando, que llamó serpiente a Ortega y después casó con Rosario, en santo matrimonio, tras lograr que el Código Penal castigara con cárcel el aborto terapéutico. El enriquecimiento de familia y cortesanos, controlando medios de comunicación, gasolineras y la importación de hidrocarburos, convive con la terrible pobreza de la mayoría. La Carta abierta a la izquierda desde la izquierda, publicada hace dos años por 394 personas, entre ellas decenas de voluntarios españoles arremangados por Nicaragua, sigue vigente. Su honradez contrasta con la indignidad de las jefaturas partidistas que callan arguyendo que criticar al FSLN es abrir fisuras frente al imperialismo, desconociendo que la gobernación de Ortega y Murillo dejó de pertenecer al mundo de la izquierda y el progresismo.

El monroísmo planetario de Estados Unidos no tiene cura. Pero, como subrayó la carta, no hay peor imperialismo que el colonialismo interno de Nicaragua. Lo secundan la complicidad de casta de la izquierda revolucionaria del Foro de São Paulo y la española que hace la vista gorda.

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