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Columna
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Hamilton debe esperar

Este endeudamiento enorme y a largo plazo es solo un precedente que demuestra lo que puede hacer la UE cuando se lo propone

Lluís Bassets
Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y Angela Merkel examinan documentos durante la cumbre de la UE en Bruselas el 20 de julio.
Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y Angela Merkel examinan documentos durante la cumbre de la UE en Bruselas el 20 de julio.JOHN THYS (AFP)

El secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, consiguió en 1790 la anulación de la deuda histórica de las 13 colonias fundacionales de EE UU y la endosó al Gobierno federal. Creó también el primer banco central, de peripecia corta y accidentada. Y los primeros impuestos federales.

Aquel salto histórico del federalismo estadounidense se ha convertido en la bandera del trabajoso acuerdo obtenido por los 27 para financiar la recuperación económica con deuda emitida desde Bruselas. También por primera vez, los países socios, situados al borde de una recesión abismal, han decidido acudir conjuntamente a los mercados de deuda para financiar un paquete de préstamos y subvenciones con el que estimular las economías y propiciar las transiciones verde y digital.

Es solo un nuevo y pequeño paso hacia la unión fiscal, que terminará necesitando su correspondiente Tesoro hamiltoniano. Pero también es una oportunidad para que el euro se establezca como moneda de referencia internacional, en el momento en que el liderazgo político del país del dólar se halla en el punto más bajo de los últimos 70 años.

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La emisión de los eurobonos, que contarán con la triple A de máxima clasificación, rompe muchos tabúes. No hay una anulación de las deudas de los estados nacionales como la que hizo Hamilton, pero es una transición desde la estabilidad rigurosa a una incierta y obligada solidaridad. Con penosas contrapartidas, exigidas por el torturado consenso europeo: recorte de las subvenciones de los 500.000 millones, inicialmente acordados por Merkel y Macron, a 390.000; desatención a la condicionalidad del Estado de derecho, tan manoseado en Polonia y Hungría; mantenimiento de los cheques nacionales de inspiración thatcheriana para los frugales, convertidos en el relevo euroescéptico de Londres tras el Brexit; y, sobre todo, la limitada ambición de un presupuesto plurianual hasta 2027 que recorta las mismas partidas que se quiere estimular con el fondo de recuperación (transición energética, investigación o sanidad).

El precio vale la pena. Lo vale incluso la vigilancia mutua sobre la gestión de los fondos y el freno que permite denunciar a los incumplidores. Puede ser fuente de conflictos entre frugales y derrochadores, pero también una garantía. Este endeudamiento enorme y a largo plazo es solo un precedente que demuestra lo que puede hacer la UE cuando se lo propone. Solo si tiene éxito, si se invierte bien y la burocracia y la corrupción no lo corroen, valdrá como precedente y más tarde llegará Hamilton.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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