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Columna
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Soy testigo de un genocidio

Bolsonaro utiliza la covid-19 para hacer una "limpieza étnica"

Eliane Brum
Una mujer indígena durante el funeral del cacique Messías Kokama, víctima de la covid-19, en el Parque de las Tribos, en la ciudad de Manaos, Amazonas (Brasil).
Una mujer indígena durante el funeral del cacique Messías Kokama, víctima de la covid-19, en el Parque de las Tribos, en la ciudad de Manaos, Amazonas (Brasil).Raphael Alves (EFE)

Qué impide que el testigo de un genocidio se convierta en cómplice? Esta pregunta atraviesa las horas de mi día. Entra en mis sueños. Y las respuestas que alcanzo son trágicamente insuficientes. Soy brasileña y testigo del inicio del genocidio de los pueblos indígenas. El coronavirus está contagiando a niños, adultos y viejos a una velocidad alucinante. Sin embargo, el virus no es el responsable. Los responsables son Jair Bolsonaro, los generales de su entorno y todos los que apoyan el Gobierno que ha convertido Brasil (junto con los Estados Unidos de Donald Trump) en el epicentro de la pandemia, con casi 60.000 muertos. El responsable es el antipresidente, que mata por omisión y por acción, al estimular la invasión de tierras indígenas y desmantelar los órganos de protección. El responsable es quien tiene el deber constitucional de proteger a los pueblos indígenas y no lo hace. Quiero decir —y digo—, y me responsabilizo de mis palabras, que Bolsonaro es un genocida. Y todos aquellos —personas y Gobiernos— que negocian con este Gobierno genocida también son cómplices de genocidio.

Nueve xavantes murieron en solo 24 horas. Los yanomamis se están contagiando por los más de 20.000 mineros ilegales que han invadido sus tierras y nadie saca. Las madres sanömas claman por el cuerpo de sus bebés muertos. Varios líderes del pueblo munduruku han muerto. En cada etnia, la tragedia se repite y el virus se acerca cada vez más a los pueblos aislados. Es solo el principio.

En lugar de fortalecer los órganos civiles de protección ambiental, son las fuerzas armadas quienes deciden las operaciones en la Amazonia, con resultados escasos, pero gran pirotecnia. Al comando de las acciones está el vicepresidente, el general Hamilton Mourão, que en la campaña presidencial afirmó que Brasil ha heredado la “indolencia” de los indígenas y la “pillería” de los negros. Las operaciones aparatosas, en parte preparadas para impresionar a la prensa extranjera, evocan la propaganda de la dictadura militar que oprimió Brasil durante 21 años y exterminó a más de 8.000 indígenas.

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Jair Bolsonaro nunca ha escondido su proyecto racista de ocupación del poder. Permitir la explotación predatoria es su prioridad. Como ya dijo, “debajo de cada indio hay riqueza”. Al no haber tomado medidas para impedir la entrada del virus en los territorios indígenas, demuestra que utiliza la covid-19 para hacer una limpieza étnica y, así, realizar su proyecto de poder.

He denunciado el genocidio como periodista, lo he combatido con otros brasileños que se niegan a observar la masacre por la ventana. Pero es poco. Necesitamos ser más, necesitamos ser muchos, os necesitamos a vosotros. Un genocidio no tiene nacionalidad. Impedirlo es el cometido intransferible de todos los humanos.

Traducción de Meritxell Almarza.

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