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Columna
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Memoria y responsabilidad

El Congreso ha aprobado todas las extensiones del estado de alarma y el reciente decreto de nueva normalidad, a veces con amplias mayorías. Esto, posiblemente, no siente ningún precedente

Ricardo Dudda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una intervención en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una intervención en el Congreso.Europa Press

Responsabilidad individual: Pedro Sánchez y Fernando Simón han apelado al sentido común y la responsabilidad individual para encarar la nueva normalidad. Tras meses de un dirigismo estatal que ha supervisado estrictamente las libertades civiles, la liberación de las restricciones se interpreta como algo bienintencionado que, en cambio, no obliga. Es como las limitaciones de velocidad en carretera o los carteles ligeramente naíf de la DGT que sugieren “mejor más despacio”.

Responsabilidad política: Cuando un político apela a la responsabilidad individual suele ser para exonerarse a sí mismo de la responsabilidad política. Durante la cuarentena, el Gobierno ha combinado la mano dura y la sobrerregulación en unas cuestiones (aplicando incluso la Ley Mordaza) con una ambigüedad preocupante en otras (en las que se pedía simplemente sentido común). Todos los países han ido a ciegas. Pero esto no significa que no sea necesaria una investigación independiente que, incluso, depure responsabilidades políticas. Más allá del meme, ¿ha hecho un buen trabajo Fernando Simón?

Pico y final: El psicólogo cognitivo Daniel Kahneman demostró que los seres humanos seguimos la regla del “pico y final” a la hora de recordar sucesos: nos quedamos solo con el momento más intenso (el pico) y con el final, y no somos capaces de hacer un balance de la experiencia completa. Es un heurístico o una manera de ahorrar energía mental. El pico del coronavirus nos ha marcado. Hemos vivido la cuarentena más estricta de Europa y la hemos cumplido con disciplina. Y su final ha sido positivo. Parece que el esfuerzo ha merecido la pena. Pero como ha sido una experiencia colectiva y nadie ha sido inmune a sus consecuencias, corremos el riesgo de pensar que todos hemos pasado por lo mismo y que el coste no ha sido tan alto: ¿un par de meses encerrados casa? No es para tanto. Hemos hecho pan y aprendido nuevos hobbies. Pero se ha llevado muchas vidas, y de manera muy desigual.

Memoria: Han fallecido más de 28.000 personas (oficialmente, el dato real posiblemente sea superior), alrededor de 20.000 de ellas ancianas o cerca de la vejez. En apenas unos meses, han desaparecido decenas de miles de personas que nacieron, la mayoría de ellas, entre los años treinta y cincuenta del siglo XX. Son décadas muy analizadas históricamente. Sin embargo, da la sensación de que el coronavirus las ha dejado, de pronto, un poco más huérfanas de historia y memoria.

Guerra cultural: La guerra contra el virus no sustituyó a la guerra cultural; ambas se solaparon. Pero cabe aprender una lección: a veces la superficie discursiva es una pantalla de humo que oculta cuestiones más sencillas. A la hora de la verdad, y en cuestiones relevantes, los políticos se han puesto de acuerdo: a pesar de la retórica de la polarización y la crispación, el Congreso ha aprobado todas las extensiones del estado de alarma y el reciente decreto de nueva normalidad, a veces con amplias mayorías. Esto, posiblemente, no siente ningún precedente.

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