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Combat rock
Columna
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Todos los problemas del mundo

La mayoría de las personas tenemos que enfrentar los líos que penden directamente encima de nuestras cabezas como espadas amenazantes

Antonio Ortuño
Trabajadores de la salud muestran imágenes de sus colegas muertos por coronavirus en México.
Trabajadores de la salud muestran imágenes de sus colegas muertos por coronavirus en México.Jorge Núñez (EFE)

Tengo un amigo que podemos considerar un alma noble y preocupada por los demás. Es probable que usted también cuente con uno así. Ya sabe: alguien consagrado a la empatía en horarios de puesto de socorros de la Cruz Roja. Es decir, todo el tiempo, sin parpadeo ni descanso. Mi amigo asegura ser de sueño inquieto, porque los diversos males del mundo lo conmueven demasiado y le impiden dormir a pata suelta. Y por ello es un habitante perpetuo de las redes sociales, en las que publica sin pausa, como uno de esos antiguos teletipos de las agencias noticiosas dedicados a emitir despachos informativos todo el santo día.

Mi amigo no solo pasa la vida “reposteando” y “retuiteando” caricaturas bienintencionadas y educativas, que no son graciosas ni agudas, pero que destacan, siempre, los beneficios éticos de no ser unos desgraciados con el resto de los seres vivos. No. Su actividad va más allá. Replica, por ejemplo, cada una de las publicaciones que llegan a su ojos con peticiones de apoyo para el tratamiento, rescate y/o adopción de animales callejeros o abandonados a lo largo de la geografía latinoamericana: un caniche sin placa encontrado en el puerto de Guayaquil, Ecuador; dos perritos botados a un solar en Tampico, México; un gato con problemas de retina en Valdivia, Chile. Y también “comparte” maquinalmente decenas de publicaciones que piden solidaridad con micronegocios en apuros… Lo cual provoca toda clase de confusiones entre sus amigos locales, pues bien puede suceder que uno trate de involucrarse y acabe descubriendo que es imposible, por culpa de la maldita distancia y el costo o la imposibilidad de los envíos, hacerle pedidos a una librería-cafetería al borde de la quiebra en León, Nicaragua, o comprarle unas ricas empanadas de “choclo” a un jubilado de Comodoro Rivadavia, Argentina.

Por eso, el efecto de seguir en redes a ese Aleph de la necesidad que mi amigo resulta tan deprimente. Hay demasiados negocios pequeños e independientes por salvar, demasiados animales maltratados en busca de una oportunidad, demasiados comportamientos espantosos a corregir denunciados en sus cartones pedagógicos. Pero no hay dinero que pueda pagar por todo eso, ni tiempo de vida para remediarlo. No hay patio donde quepan tantos gatos. Y como le sucede a aquel sultán de un cuento de Las mil y una noches, al que un sabio le sumerge la cabeza en un cubo de agua durante unos instantes, que, por arte de magia, se convierten para el sultán en años de vida miserable, solo queremos escapar.

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Porque, a menos que seamos unos aristócratas ociosos, antes que lanzarnos a resolver los atolladeros del mundo cual si fuéramos unos Quijotes, la mayoría de las personas tenemos que enfrentar los líos que penden directamente encima de nuestras cabezas como espadas amenazantes. Supervivencia, sostenimiento de mayores ancianos o hijos pequeños, deudas, medicamentos, colegiaturas, hipotecas… Suena poco heroico, desde luego, pero es lo que tenemos. Cualquier estadística sobre los ingresos en México nos lo demostrará: hay millones de personas en la pobreza o al borde de caer en ella y otros tantos que forman parte de una “clase media” más aspiracional que económica, porque tres meses y medio de pandemia y cuarentena nos tienen en la lona. ¿Somos unos inconsecuentes y unos pésimos humanos si dejamos en segundo plano la salvación del mundo y nos ocupamos primero de los infinitos problemas que nos competen de forma directa? Me temo que así es como nos sentimos varios todas las mañanas. Pero igual tenemos que ponernos a chambear...

Ya lo dijo el editor y traductor catalán Joan Petit: “Alguien está aquejado de angustia metafísica. De pronto llaman a su puerta. Es el cobrador del alquiler. No tiene dinero para pagarle. ¿En qué se convierte su angustia metafísica?”. Y cuando eso suceda (y vaya que llega a pasar), cuando un banco nos embargue o una empresa de servicios nos corte la luz, no habrá una sola publicación en redes que nos salve. Porque, antes que nada, vivimos en el reino de las angustias concretas. Que no dan gloria pero sí merman.

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