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Columna
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Infamia reconcentrada

Llamando a la pandemia ‘kung flu’, Trump consigue aglutinar en dos sílabas la negación del contagio y el desprecio por los extranjeros

Lluís Bassets
El presidente de EE UU, Donald Trump, el la Casa Blanca, el pasado 26 de junio.
El presidente de EE UU, Donald Trump, el la Casa Blanca, el pasado 26 de junio.Chris Kleponis / POOL (EFE)

Dos monosílabos. Difícil concentrar tanta infamia en un eslogan tan corto: Kung flu. La expresión autorizada por Trump para designar al virus lo tiene todo. De una parte, la teoría de la conspiración china y la xenofobia que expresa. De la otra, la denegación de la pandemia, una mera gripe (flu), como la gripesinha de Bolsonaro, y la ridiculización sobrentendida de las mascarillas y de las medidas de distancia social, rechazadas por la bravuconería trumpista para no ser tachada de cobarde.

Es la mala leche concentrada de un inútil comandante en jefe en mitad de la derrota. Ha perdido todo control sobre la pandemia. Los hechos lo desmienten uno detrás de otro. El virus sigue avanzando. La Casa Blanca ya no vela por el país, la salud y el bienestar de los ciudadanos, y solo quiere evitar los efectos electorales de una carnicería auténtica, no como la que Trump se inventó en el discurso de toma de posesión para el nuevo comienzo de su presidencia.

La Organización Mundial de la Salud sabía lo que se hacía en 2015 cuando aprobó una directiva sobre la denominación de las enfermedades contagiosas. Quería evitar nombres ofensivos para grupos culturales, sociales, nacionales, profesionales o étnicos. Sus intenciones eran exactamente las contrarias de Trump, que quiere maximizar los efectos negativos de las denominaciones, para utilizarlas en la exculpación de sus propias responsabilidades y en la atribución de culpas a enemigos y adversarios.

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Trump utiliza la expresión “virus de Wuhan, chino” e incluso “asiático”, con el lógico enfado del Gobierno de Pekín, pero también de los ciudadanos estadounidenses de origen asiático. En sus delirantes actuaciones se pregunta incluso por el significado de covid-19, intrigado por la cifra, en un explícito reconocimiento de la eficaz neutralidad de una denominación que solo nos dice que se trata de una enfermedad (desease), el tipo de virus que la provoca (coronavirus) y el año en que surgió (2019).

En el mundo de Trump no hay libertad de expresión sin ofensa. Ni comunicación sin dominación. Látigo insultante contra los débiles y cántico de exaltación de sí mismo, para eso sirven las palabras de este ego delirante y autoritario. Ni humor ni ironía. Solo desprecio y tergiversación. Adaptadas a los latigazos de un tuit, alcanzan la perfección con esa breve expresión que se lanza como una bomba de fragmentación semántica, con capacidad para herir y agraviar por todos los flancos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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