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Columna
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La mutación

Que el virus se haya atenuado es un rumor. Lo más probable es lo contrario

Javier Sampedro
Imagen coloreada de una célula humana (azul) cubierta por virus SARS-CoV-2 (amarillos).
Imagen coloreada de una célula humana (azul) cubierta por virus SARS-CoV-2 (amarillos).NIAID

Un rumor persistente recorre el mundo. Dice que el coronavirus ha sufrido una mutación que lo ha atenuado, ha reducido su letalidad y ha rebajado su capacidad de contagio. Toda esa murga se ha propagado como fuego por la paja porque es justo lo que la gente quiere oír después de tres meses de tedio, angustia y confinamiento, pero lo cierto es que se erige sobre unos cimientos muy endebles. Virólogas como Margarita del Val, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid, aseguran que no hay una sola evidencia genética de que el SARS-CoV-2 haya mutado para mitigarse. Toda esta historia proviene de observaciones anecdóticas de los médicos, que han percibido una reducción de la carga viral de los pacientes en las últimas semanas. Pero la razón más probable es que en las fases iniciales de la pandemia solo se podía atender a los pacientes más graves, y ahora llegan a los hospitales casos más precoces y leves. Un artefacto estadístico de manual.

Hay otro argumento de una índole más teórica que nos conduce a la misma conclusión. Cuando un virus se ha extendido por medio mundo, es imposible que decida mutar a la vez en todas partes, de modo que puedan observarlo los médicos de Portugal a Singapur. La evolución no funciona así. Una mutación surge en un solo virus de un solo paciente de un solo lugar. Si confiere al virus una ventaja, se irá extendiendo poco a poco a las zonas vecinas, después a las no tan vecinas, y tardará años o décadas en imponerse. De hecho, la atenuación de los virus se fundamenta en un fenómeno deprimente. Una vez muertas las personas más susceptibles, el virus se estabiliza entre los supervivientes. Es la evolución, amigo.

Pero sí hay otra mutación de la que están discutiendo seriamente los científicos. Se llama D614G. Las proteínas, como la espícula que da nombre al coronavirus y le permite engancharse a las células humanas, son collares donde cada cuenta es un aminoácido. Hay collares de cien cuentas y de miles de cuentas (el del coronavirus tiene unas 800). En la jerga genética, D614G quiere decir que la cuenta número 614 ha cambiado de aspartato (D) a glicina (G). Una verdadera sutileza, ¿no es cierto? En biología, sin embargo, el diablo mora en los detalles. Una sola errata en un texto de 800 letras supone a menudo la diferencia entre la vida y la muerte.

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En febrero, ni uno solo de los genomas del SARS-CoV-2 secuenciados en el mundo mostraba la mutación D614G. En marzo, apareció en una de cada cuatro muestras del virus. Y en mayo ya eran casi tres de cada cuatro. La microbióloga Hyeryun Choe y sus colegas del Instituto Scripps de Florida han mostrado que esa cepa mutante, que domina Europa y Estados Unidos ahora mismo, hace la espícula más estable e incrementa la capacidad del virus para infectar las células. Los experimentos se han conducido en el laboratorio, y aún no han sido revisados por pares, como exige el protocolo de la publicación científica, pero esas son las cosas que pasan con la urgencia de una pandemia, y el laboratorio tiene una amplia experiencia en coronavirus. Así que hay mutación, pero no en el sentido que espera la gente, sino justo en el contrario.

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