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Columna
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La trampa de la deuda

El dinero especulativo fluye hacia los mercados emergentes sin mirar la solidez real de las economías en las que invierten

Carlos Pagni
Banco Central de Chile en Santiago, Chile
Vista del Banco Central de Chile en Santiago (Chile), en una imagen de archivo.Felipe Trueba (EFE)

La tormenta de la covid-19 encontró a América Latina en una situación económica muy vulnerable. A partir de 2014 la región debió encarar un ajuste, debido a que la caída de la demanda asiática afectó el precio de las materias primas exportables. Desde aquel año, el crecimiento promedio fue de 1% anual. Las cuentas estatales incrementaron su déficit. Y el endeudamiento aumentó.

En este contexto, las sociedades latinoamericanas enfrentan tres problemas principales en su vida material. Primero, el derrumbe de la demanda externa aceleró su caída por la pandemia, restringiendo el ingreso de dólares. Esa escasez de divisas alienta la salida de capitales. Entre enero y abril, fue de 150.000 millones de dólares. Para calibrar el fenómeno alcanza con un ejemplo: según datos del Banco Central de México, la salida de dólares durante el primer trimestre, en concepto de renta fija, fue de 5.525 millones, lo que supera la fuga que se produjo en 1995, en la crisis del tequila.

Segundo, el precio del petróleo registró en lo que va del año un derrumbe de 41%, que afecta los ingresos fiscales de los países productores. Tercero, el coronavirus produce daños específicos en la situación de cada país. Si se aceptan los pronósticos del Banco Mundial, que suelen ser conservadores, la contracción en Brasil será del 8%; en México, del 7,5%; en Argentina, del 7,3%; en Colombia, del 4,9%; en Ecuador, del 7,4%; en Chile, del 4,3%; en Bolivia, del 5,9%; en Perú, del 12% y en Uruguay, del 3,7%.

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Esta contracción impactará sobre las cuentas públicas, que aumentarán su déficit. El Fondo Monetario Internacional prevé que los países emergentes tendrán un desequilibrio fiscal promedio de 8,9% de su PBI. Casi el doble de lo previsto hace seis meses. El de Brasil se calcula en 11%; el de México, en 7,4%; el de Colombia, en 7%; el de Chile, en 8%; el de Argentina, en 6%; el de Perú, en 7,1%; el de Bolivia, en 13%.

Esta ampliación de los desajustes fiscales, que ya eran inquietantes antes de que se desatara la pandemia, agudizará la necesidad de financiamiento. Al mismo tiempo, la retracción general de la economía hace que la relación entre deuda y PBI se vuelva más riesgosa. En este contexto llama la atención un fenómeno: muchos países de América Latina están tomando deuda a tasas muy razonables.

El 22 de abril, México realizó la colocación más abultada de su historia. Convalidó una tasa de 4,8% para 2.500 millones de dólares a 12 años. Se endeudó por un monto total de 6.000 millones de dólares. El 23, Paraguay emitió bonos soberanos a 10 años por 1.000 millones de dólares a una tasa de 4,95%. El 5 de mayo, Chile colocó bonos por 1.458 millones de dólares a una tasa de 2,5%. Colombia tomó 1.000 millones de dólares a pagar en 2031 a una tasa de 3,1%. Brasil captó 1.250 millones de dólares a cinco años con una tasa del 3%, y 2.500 millones a 10 años con una tasa del 4%.

El fenómeno es sorprendente. La región se adentra en la recesión más grave que haya conocido desde los años 80. Las cuentas fiscales de los países se vuelven más frágiles día a día. La relación deuda/PBI aumenta. Pero el sistema financiero la sigue financiando como si ninguna de esas fragilidades tuviera importancia. ¿A qué se debe esta paradoja?

La raíz hay que buscarla en el comportamiento de la Reserva Federal de los Estados Unidos y del Banco Central Europeo. Esas dos entidades han enfrentado el colapso de la actividad económica absorbiendo parte del riesgo que presentan las empresas. A eso se debe que, mientras los números de actividad económica y empleo de la economía norteamericana provocan escalofríos, los papeles de las corporaciones siguen sin derrumbarse. Los bancos centrales del mundo desarrollado decidieron ponerle un piso a la caída de su sector privado. Por lo tanto, los rendimientos no son atractivos. Y el dinero especulativo fluye hacia los mercados emergentes. Sin mirar la solidez real de las economías en las que invierten.

La incógnita es cuánto durará esta ficción. Y qué costos tendrá cuando se desvanezca. Pero muchos observadores prevén que los países de América Latina irán en poco tiempo a una crisis de deuda. Sobre todo, por dos desequilibrios recurrentes, que ahora se ven agravados. El déficit fiscal y el déficit comercial, que determina el de la cuenta corriente. Es una dinámica conocida. Cada vez que se desencadena, aumenta el número de pobres. Ahora llega en medio de la pandemia: la CEPAL pronostica que, por culpa del coronavirus, esa cantidad pasará de 185 a 220 millones de personas.

El exministro de Hacienda de Argentina Alfonso Prat-Gay escribió el 31 de marzo en el Financial Times que los países desarrollados y los organismos multilaterales de crédito deberían elaborar una estrategia más allá de sus recetas convencionales y suministrar ayuda extraordinaria para el mundo emergente. Deberían hacerlo no solo pensando en el aumento de la pobreza de regiones como América Latina. También pensando en la destrucción de riqueza que las crisis financieras generan en el mundo desarrollado.

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