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Columna
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Negra

El asesinato de Floyd nos cuenta cosas que ya sabíamos y otras que habíamos olvidado

Marta Sanz
Personas protestan contra la muerte de George Floyd, el 5 de junio de 2020 en Minneapolis, Minnesota (EE UU).
Personas protestan contra la muerte de George Floyd, el 5 de junio de 2020 en Minneapolis, Minnesota (EE UU).KEREM YUCEL (AFP)

"¿Y qué han hecho los romanos?”, pregunta un escéptico judío en La vida de Brian. “¿Acueductos, calzadas, el Derecho?”, responde otro quitándole importancia a la respuesta. “Bueno, sí, pero además… ¿qué han hecho los romanos?”. Nos partíamos la caja con Monty Python y la posibilidad de reírnos hasta de lo más sagrado. Aun a riesgo de la reprobación que las vocaciones goliardescas suscitan en las mentalidades fanáticas, nos reíamos. Sin embargo, bajo la piel de la civilización romana —dativos, coliseos y pajaritos de Lesbia— corría la sangre y el fuego de las construcciones imperiales: el expolio y los réditos de una sociedad belicosa y esclavista. Algo parecido ha dicho sobre Estados Unidos Spike Lee en su comparecencia pública tras el asesinato, a manos de la policía, de George Floyd: “Estados Unidos fue construido sobre el genocidio de los nativos y sobre la esclavitud (…) La mierda de la extrema derecha no está solo en Estados Unidos, está en todo el mundo”. “Son hechos”. Los cuentos de Nathaniel Hawthorne sobre los padres fundadores nos ayudan a entender de dónde procede la tiranía de la Biblia y el fusil. El esclavismo, como sistema de explotación económico, es la semilla de la que brotó la planta del capitalismo. Junto a caza de brujas, individualismo, asociación del rifle, Ku Klux Klan, salud y educación para ricos —y ricas— y fondos buitre, también están los acueductos: Trumbo, Hammett, Dorothy Parker, Faulkner, a quien tanto respetamos en este pueblo, descubrimientos científicos, lucha por los derechos civiles, Rosa Parks, Angela Davis, antifascismo, pan y rosas…

El asesinato de Floyd nos cuenta cosas que ya sabíamos y otras que habíamos olvidado. Nos cuenta que vivimos en un mundo racista y que la lucha de clases es un concepto obsoleto para los de abajo —lo dicen las televisiones—, mientras que los de arriba conocen de las benéficas propiedades de una desigualdad interiorizada para engordar su riñón a través de una fiscalidad tan vergonzosa como la que denunció Buffett al enterarse de la cuantía de los impuestos de su secretaria frente a lo que pagaba él. El asesinato de Floyd y la ira que despierta desnudan nuestras vergüenzas estructurales. El cruelísimo asesinato de Floyd —“No puedo respirar”, durante casi nueve minutos…— no es un hecho puntual, sino el ejemplo de por qué las familias negras aleccionan a sus vástagos sobre cuál debe ser su comportamiento si se cruzan con un policía en un callejón. En los países de la igualdad de oportunidades tienes más papeletas para morirte de enfermedad laboral o bala perdida si eres pobre, no blanco, mujer. Somos parte de un imperio que normaliza esta barbarie transformándola en necesidad: cómprese un rifle, protéjase usted mismo, viva en una urbanización con guachimanes. El mal es endémico y global: el rebrote de la ultraderecha avala, a base de informes falsos y consignas simples, brutalidad policial, heroísmo de guardarropía, xenofobia. La verdadera democracia pasa por la repugnancia hacia la violencia y el abuso, la humanidad, de sus fuerzas represivas. No es un oxímoron, es un mandato cívico. En la época de los juegos, yo era ladrona, mujer fatal y piel roja. Algo me olía: así resulta muy difícil que la gente de bien, negra como yo, pierda el miedo a quienes nos deberían proteger.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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