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Columna
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China es culpable

Trump ha designado a China como su enemigo electoral y amenaza con regresar a 1972, antes de que Nixon y Mao se estrecharan la mano

Lluís Bassets
Un hombre con una máscara camina frente a los retratos del presidente chino Xi Jinping y el difunto presidente Mao Zedong, el pasado 10 de febrero en Shanghai.
Un hombre con una máscara camina frente a los retratos del presidente chino Xi Jinping y el difunto presidente Mao Zedong, el pasado 10 de febrero en Shanghai.ALY SONG

Ocultación, primero. Durante varias semanas. Luego, engaño. Sobre la gravedad de la epidemia. Sobre la rapidez del contagio. Sobre el número de víctimas. Y especialmente sobre su origen. ¿Un mercado húmedo o el laboratorio virológico? ¿Un accidente involuntario o el resultado doloso de un experimento con armas biológicas? Luego, acaparamiento de mascarillas, equipos protectores y respiradores, para asegurar su propio abastecimiento y beneficiarse maquiavélicamente con un benévolo suministro a los países necesitados, como Italia o España, y culminar así la operación de propaganda.

China tiene una dificultad irresoluble para dar respuesta a tantas dudas e imputaciones. Su régimen político, sin Estado de derecho ni libertades públicas, con todo el poder en manos del partido único, y, dentro del partido, en manos del único líder, impide cualquier ejercicio de transparencia y de escrutinio. Solo hay análisis crítico de las actuaciones de sus dirigentes en la oscuridad de las comisiones de disciplina internas del partido, una entidad soberana y por encima de la justicia ordinaria e incluso de cualquier legislación vigente.

Este sistema es un reloj cuando hay que tomar decisiones difíciles, y sobre todo aplicarlas sin atender a los derechos de las personas, como ha sido el caso de la erradicación del virus. Pero de poco sirve cuando se trata de defenderse ante las graves acusaciones que pesan sobre el comportamiento de su Gobierno. Sin libertad de prensa dentro, sin libre acceso de los medios de fuera, sin controles parlamentarios internos y sin posibilidad de comisiones de investigación, exclusivamente chinas o incluso internacionales, será imposible establecer la verdad ahora ocupada por la propaganda y las especulaciones de uno u otro lado.

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China ha acudido rauda a un mecanismo ineluctable en la historia de las epidemias: no hay contagio sin miedo y no hay miedo sin el fantasma de las conspiraciones, fruto de la fiebre normalmente, pero no solo. En ocasiones, fruto también de una maquinación perversa y económicamente interesada. La irónica conclusión conspirativa lo explicará todo si, al final, China domina el mundo, de forma que siendo chino el virus, china sea también la vacuna. La fortaleza china, real o imaginada, se ofrece a quienes han fallado en el combate contra la pandemia, para ocultar sus debilidades, errores e irresponsabilidades. De ahí que Donald Trump haya designado a China como su enemigo electoral y amenace con regresar a 1972, antes de que Nixon y Mao se estrecharan la mano.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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