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Columna
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Cómo calcular el progreso

El PIB no nos sirve. Es un indicador miope, porque olvida los costes de la desigualdad y la destrucción del medio

Javier Sampedro
El Sistema de Contabilidades Nacionales de la ONU se mueve a la velocidad de un triceratops.
El Sistema de Contabilidades Nacionales de la ONU se mueve a la velocidad de un triceratops.BRENDAN SMIALOWSKI (AFP)

¿Cómo calcular el progreso? Tal vez por el crecimiento del PIB, una estimación del valor monetario de los bienes y servicios que genera un país. Pero el PIB es un promedio y viene lastrado de origen por el mismo sesgo que arruina todos los promedios: si yo me como un pollo y tú ninguno, nos hemos comido medio pollo cada uno. El mantra del ultracapitalismo en el que llevamos nadando desde tiempos de Reagan y Thatcher —lo que es bueno para las grandes corporaciones es bueno para la sociedad— está más acabado que el palo de un gallinero. Lleva 40 años agigantando la desigualdad social hasta unos extremos intolerables, conduce a las políticas públicas por senderos incontrolables y erosiona el poder democrático de los Gobiernos, que rara vez pueden competir con el lado oscuro de la fuerza multinacional. Si eso es el progreso, dirá la gente, mejor póngame el retroceso. Y ahí estamos, ¿no es cierto?

Sir Partha Dasgupta, un profesor emérito de la Universidad de Cambridge, ha publicado un análisis independiente sobre la economía de la biodiversidad, que le fue encargado el año pasado por la Secretaría de Hacienda del Gobierno británico. El trabajo, de 81 páginas, recuerda a los gobernantes y a los Parlamentos que la vida humana es enteramente dependiente de su “capital natural” y de los servicios ecosistémicos que la nutren. El concepto de servicio ecosistémico no está todavía integrado en nuestro modelo interior del mundo, pero lo estará, no lo duden.

Se refiere a los beneficios que los sistemas naturales ofrecen a las poblaciones humanas, desde la agricultura hasta los bosques, de los pastos a los ríos y océanos. Sin eso no hay aire limpio, ni polinización de los cultivos, ni mitigación del cambio climático ni bienestar de las personas ante una pandemia. Si ese capital natural sigue dilapidándose, sostiene Dasgupta, la calidad de vida seguirá degradándose en todo el planeta, aunque el PIB continúe empeñado en su ascenso rapaz. Por lo tanto, el PIB no nos sirve como una medida del progreso. Es un indicador trasnochado y miope, porque olvida los costes de la desigualdad y la destrucción del medio, que son cada vez más enormes.

Este problema, que ya era grave, se ha exacerbado con la crisis pandémica y la segura recesión económica que vendrá detrás. “Los jefes de Gobierno, los ministros de Economía y las agencias de crédito como el Banco Mundial y el FMI”, dicen los editorialistas de Nature, “están proporcionando billones de dólares en estímulos para mantener en funcionamiento la economía”. Pero la urgencia en restaurar la normalidad o posnormalidad económica no solo resulta un riesgo para la salud pública, sino también para la sostenibilidad ambiental que la sustenta. Cada vez más y más problemas para el PIB, el pobre indicador que ya no indica nada.

El Sistema de Contabilidades Nacionales (SNA, por System of National Accounts) de la ONU es lo más parecido que tenemos a un estándar internacional de recomendaciones para medir la actividad económica de los países. Como todo organismo de Naciones Unidas, se mueve a la velocidad de un triceratops y tiene la cintura de una morsa. Desde 1953 —cuando se descubrió la doble hélice del ADN— solo ha revisado cinco veces sus criterios. Pero en su próxima reunión, sea o no telemática, tendrá la capacidad de corregir la forma en que calculamos el progreso. Ojalá lo haga.

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