El misterio de los 137 lobos marinos que llegaron muertos a las costas de Baja California
Los investigadores apuntan a una posible intoxicación por algas para explicar el peor incidente de este tipo que se recuerda en la zona
Bajo el sol de mediodía, una playa de arena negruzca, oleaje suave y olor a podrido. Hay 137 cadáveres de lobo marino dispersos, solos o en grupos. A veces hasta 150 metros separan a unos y otros. Están hinchados, en avanzado estado de descomposición. Lo más probable, observan los científicos presentes en el lugar, es que murieran mar adentro y flotaran arrastrados por las corrientes del norte hasta este punto de la costa de Baja California Sur, la playa de San Lázaro. A la espera de los análisis de laboratorio, la principal hipótesis para explicar el mayor incidente de este tipo que se recuerda en el norte de México apunta a una intoxicación por marea roja, un fenómeno natural provocado por la proliferación de algas.
La alerta saltó el 3 de septiembre. “Wow”, pensó la bióloga Aurora Paniagua, presidenta de la asociación Mmares, cuando le llegó el aviso. Nunca había oído hablar de algo parecido en tamaño. Ni ella ni ninguno de sus compañeros de la Red de Varamientos de Mamíferos Marinos, una plataforma de colectivos que se encarga de monitorear los animales varados en playas y de intentar salvar a aquellos todavía vivos. Desde 2012, se han reportado casi 300 casos en la zona, desde ballenas grises a delfines comunes. “En su mayoría son individuos. A veces, entre dos y cinco y, en raros casos, más de 10. Ver lobos y en esa cantidad nunca me había tocado”, explica Paniagua. Antes del episodio en la playa de San Lázaro, el mayor incidente de este tipo en la costa norte de México que recuerdan las asociaciones consultadas no llegó a los 100 ejemplares.
Al día siguiente del reporte, Paniagua y una decena de personas, entre científicos e inspectores de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), salieron de La Paz hacia la isla Magdalena, ubicada a cuatro horas de la capital regional, al final de una amplia bahía con forma de cuchara. Los pescadores de la costa les cruzaron en lancha. Se montaron en varios 4x4 y un cuatrimotor y empezaron a recorrer los más de 50 kilómetros de playa. “Era encontrarte un cadáver tras otro”, recuerda Paniagua, por teléfono desde La Paz.
Con una cinta color amarillo, protegidos con bufandas o cubrebocas, midieron el grosor del cuello y el tamaño de cada animal, de la nariz a la punta de la cola. Cuando terminaban con uno, lo marcaban con spray blanco para no repetirse. Tomar muestras para saber qué había ocurrido no fue fácil. De los 137 animales muertos, solo cuatro estaban suficientemente frescos. A esos les abrieron con un bisturí para extraer pedacitos de hígado, riñón y cerebro. Así estuvieron siete horas.
De entrada, los biólogos observaron que ningún cadáver presentaba marcas de redes de pesca. Baja California Sur es una zona rica en fauna marina y está entre los principales productores pesqueros del país. En 2017 se colocó en tercer lugar con una producción de más de 110.000 toneladas. No es extraño que los lobos marinos, sobre todo los más jóvenes, se acerquen a las redes, atraídos por la perspectiva de comida fácil, y queden atrapados. Pero tanto los científicos presentes en el terreno como la Profepa descartan esa posibilidad. “No se observó en ellos marcas de origen antropogénico provocadas por redes o golpes y cortes causados por algún tipo de embarcación”, ha declarado el organismo en un comunicado difundido este domingo, diez días después de que se enviara la primera alerta a las asociaciones.
Además de la ausencia de marcas, ni el número de cadáveres ni el tipo de ejemplar encontrado en la playa de San Lázaro cuadra con esa hipótesis. Entre los 137, solo se encontró una hembra. El resto eran machos de entre cinco y nueve años de edad, pesaban en promedio unos 200 kilos y medían alrededor de 2,4 metros de longitud. Además, lucían la típica cresta en la cabeza. El biólogo Fernando Elorriaga, investigador de CICIMAR del Instituto Politécnico Nacional, señala que esa homogeneidad refuerza la hipótesis de la intoxicación: “Estos machos se alimentan en ciertas zonas y podrían haber consumido un recurso contaminado. Hay una segmentación por sexo de áreas de alimentación y por eso no cayeron otros grupos”. La única hembra, apunta el científico, “podría haber llegado viva y quizás no fue parte del evento”.
Los lobos marinos de California consumen toneladas de comida al año. En la zona, lo más común es que su dieta esté compuesta de sardinas, anchovetas y merluza. La hipótesis de la intoxicación aventura que los animales habrían ingerido especies contaminadas y eso les habría provocado un paro cerebral mientras nadaban. El ácido domoico, la toxina en la que se centran las sospechas, afecta al sistema nervioso y gastrointestinal. “Fue un evento muy agudo. En muy poco tiempo les pegó a todos estos animales, por eso el grado de descomposición es semejante”, explica Elorriaga. El investigador estima que los cadáveres podrían haber flotado entre 10 y 15 días hasta llegar a la playa de San Lázaro, pero llama a no saltar a conclusiones antes de conocerse los resultados de las pruebas. Aunque Profepa ha evitado confirmar la hipótesis de la toxina, fuentes de la dependencia en la región confirman a este periódico que es la “opción más viable”.
Los florecimientos de algas que generan toxinas como el ácido domoico se conocen como “mareas rojas” porque el pigmento de estos organismos puede producir cambios de coloración en el agua, generalmente al rojo. En los últimos años se ha visto un aumento de este tipo de fenómenos. La combinación de factores que los provocan es un debate abierto, sin evidencia científica definitiva. Aún y así, la Conabio, un organismo público dedicado al estudio de la biodiversidad, señala que el incremento de la temperatura del océano, asociada al cambio climático, puede ser uno de ellos. Algunas de estas toxinas, si son consumidas por humanos, pueden provocar diarreas, vómitos, amnesia y hasta la muerte.
En ocasiones, las autoridades han decretado una veda sobre el consumo de ciertos tipos de molusco o pescado para evitar incidentes. Por ahora, la Profepa ha apostado por la cautela. “Las autoridades ambientales podrán aplicar las medidas correspondientes para la protección de esta especie y del ecosistema”, ha afirmado en su comunicado. En la misma línea, Fernando Elorriaga apunta que la marea roja puede estar tan lejos como California, en Estados Unidos. “No hay certeza de que fuera en esta zona. Pudo ser a gran distancia y que los cadáveres llegaran aquí por corrientes”, dice el biólogo. Aurora Paniagua, de Mmares, coincide en la dificultad de ubicar el parche contaminado: “Los lobos marinos nadan grandes distancias. El problema de la marea roja es que sí se puede ver en los animales, pero para saber dónde está habría que tomar muestras de agua".
Para resolver el misterio, Profepa se ha llevado parte de las muestras de los cadáveres a sus laboratorios centrales. Las asociaciones civiles y académicas involucradas, entre las que también están el Centro de Rescate Museo de la Ballena y la Universidad Autónoma de Baja California Sur, tienen las suyas guardadas en botes de formol y alcohol. Como parte de la red de varamientos, trabajan de forma voluntaria y no cobran del Gobierno por su actividad de monitoreo. En La Paz, no cuentan con la capacidad para hacer el análisis de los restos y se han tenido que comunicar con laboratorios en el centro de México y en Estados Unidos. Con el confinamiento por el coronavirus aún vigente en ciertas partes, algunos institutos permanecen cerrados o mantienen actividades limitadas, por lo que es difícil determinar cuándo tendrán los resultados.
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